La ciudad va tomando un aire nuevo pero conocido. Un tiempo donde la Cuaresma nos ha llevado al pórtico de unos días santos, especiales en nuestra tradición, devociones y fe. Se acerca esa semana en que tradicionalmente las hermandades y cofradías salen a la calle en una protestación popular de sus verdaderos sentimientos religioso.

Para los cristianos, la Semana Santa es una vivencia de fe. Un sentimiento que brota del corazón y se expande a los aires marineros de la ciudad. Un sin vivir de emociones contenidas durante todo un año que ahora, con el aroma de incienso, brota del alma, y se hace realidad llena de dolor y gozo en nosotros. Siempre he pensado, como andaluz, la libre interpretación del dolor y de la alegría unidas, de forma especial, para contemplar la Pasión de Cristo en las calles, en el templo, en el hogar, tamizado de colores y formas en las túnicas nazarenas que arropan nuestras devociones más íntimas.

Cristo vivo, resplandeciente, hecho Dios, se une a ese otro Cristo, que es el mismo, donde el rictus de la muerte aflora a su rostro y la sangre brota de las heridas en su cuerpo lacerado. Alegría, por la salvación del mundo, dolor por la senda que pasa el cuerpo hasta su triste final.

La Semana Santa se nos abre con palmas y olivos, se hace oscura en el oficio de tinieblas litúrgicas y llora cuando el cuerpo de un Dios hecho hombre, está yerto sobre la tierra del Calvario. Todo un misterio a veces incomprensible para la pobre mente humana, pero todo un mensaje renovado que cuando la Cuaresma toca a su fin queremos comprender, después de cuarenta días de penitencia y perdón.

Defender nuestras creencias es orgullo de vida. Mantener las tradiciones en camino es darle tiempo de años a nuestra vida espiritual. Ya se alza una Cruz que es Guía procesional de sentimientos y de vida interior. Ya las largas filas de encapuchados, en el silencio de caras que ocultan sus expresiones, solo dejan al aire el brillo de unos ojos que dicen y pregonan su verdad devocional.

Huelva se prepara para vivir su Semana Santa, con los ojos del alma lo que este año, y por segunda vez consecutiva, nos va a negar la presencia en las calles.

Estamos en un año difícil donde el dolor y la muerte de muchos cofrades se fueron de la vida cortados por el filo de esa guadaña de la triste pandemia que padecemos.

Las calles llorarán la ausencia de nuestros pasos representando la Pasión de Jesús, pero en nuestro espíritu, en el templo, al lado de las imágenes sagradas, sabremos vivir procesionalmente en la quietud estática de la oración, todo eso que siempre fue nuestra alegría de fe popular y que sigue siendo nuestro ancla de amor a Cristo que sufre.

Bajo el cielo de Huelva, siempre estará una Virgen bajo el palio de nuestros amores.

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