Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Aristocracia

La realidad ha impuesto un marco cuya gestión exige romper los moldes acomodaticios del partidismo

Al final, la mayor cuenta pendiente desde la Transición en el ámbito político es la que tiene que ver, justamente, con la praxis política. Los mecanismos de promoción en los partidos son fundamentalmente los mismos de entonces, mientras que la sensibilidad, visión y conciencia de la sociedad española son, en gran parte, muy distintas. Lo que la situación presente demuestra es que el ejercicio de la política se había consolidado en moldes muy poco o nada flexibles en los que el partidismo y el electoralismo seguían no sólo teniendo sentido, sino resultando determinantes. Muy a pesar, incluso, de la tragedia del terrorismo: cuando no hace demasiados años la unidad de los demócratas parecía una aspiración indiscutible, ahora sabemos que no era para tanto. En la medida en que electoralmente sea rentable, la carta blanca a quienes callan ante las cuentas pendientes que quedan respecto a ETA (más de trescientos crímenes sin resolver) puede aparecer sin excesivos problemas sobre la mesa. Pero, a lo que iba: por primera vez en mucho tiempo la realidad ha impuesto un marco cuya gestión exige romper esos moldes acomodaticios. Y nos encontramos no sólo con que nuestros políticos no quieran: es que no pueden. La trampa del modelo autonómico no estaba en las diecisiete administraciones, sino en el juego partidista.

La superación de la crisis del coronavirus requiere, por tanto, una regeneración política acorde con la propia evolución de la sociedad española. Sabemos bien que la política sigue siendo necesaria: en un gobierno de tecnócratas, el desastre habría sido ya mucho mayor. Pero se trata de sustituir los rígidos moldes ideológicos por otros que, sencillamente, respondan con más fidelidad a la realidad. Un servidor propone dos ideas: la adopción de una cierta aristocracia aristotélica que favorezca la promoción de los agentes no en virtud del beneficio de los partidos, sino de la sociedad en su conjunto, con suficientes mecanismos de control para garantizar la calidad del sistema democrático; y la aplicación de medidas que impidan la brutal centralidad del poder, en cada menos manos y en periodos cada vez más breves, para el mejor desarrollo de los proyectos políticos cuya implementación deba darse, necesariamente, a largo plazo. No estaría de más, incluso, estudiar los cauces de la tradición libertaria que posibilitaran una mayor confluencia entre la clase política y la sociedad civil en el reparto del poder.

¿Anarquismo? No hay que tener miedo. Instituciones hoy ampliamente aceptadas como la objeción de conciencia proceden de esa tradición. Otra política es posible.

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