La otra orilla

VÍCTOR RODRÍGUEZ

Argumentario

La improvisación ha muerto. Aquellos tiempos en que nuestros oídos estaban hechos a escuchar de todo, que se decían, escribían y cantaban barbaridades, en que Fernando Arrabal podía estar borracho en una tertulia literaria, Siniestro Total graznando Ayatola no me toques la pirola, o Javier Gurruchaga llenando su estudio con todo tipo de personajes grotescos y otros esperpentos humanos. Los tiempos del programa La Clave, cuya música tanto miedo me daba de niño. Con sus tres monos sabios: el que se calla, el que no ve, el que no escucha, y su disparidad de invitados. Todo esto pasaba cuando sólo había dos cadenas de televisión y el acceso a la información era escaso. Pensadores e incultos tenían el mismo derecho a ver, oír y sentir, según el viento les soplara. Se podía cambiar de opinión e ideología.

Ahora vivimos en la dictadura del argumentario, un instrumento que viene a decirnos: no se preocupen ustedes en generar su propia idea de la realidad, ahórrense el engorro de leer de varias fuentes y dedicar tiempo a configurar su análisis de la coyuntura, nosotros lo seleccionaremos y cocinaremos por usted, todo envuelto en la facilidad de mensajes simples y monocromáticos, aunque los asuntos sean complejos y multivariables. Los argumentarios les encantan a los partidos políticos, da igual si se trata de un escándalo por corrupción o la negación de las inversiones mínimas que una provincia necesita. Siempre habrá alguien del gabinete de comunicación que en cascada hará llegar sus conclusiones hasta la última agrupación local, advirtiendo sobre lo que se tiene que decir y sentir, porque gran parte de las noticias de hoy están orientadas a enervar nuestros instintos y sentimientos y no tanto la razón. El argumentario está hecho para atacar y defenderse, no para exponer motivos. El mismo hecho puede ser muy grave o muy leve, según nos toque a este lado o al otro de la acera y eso es lo que lo delata como pernicioso para nuestra salud democrática.

Ahora que estamos en campaña electoral en Andalucía sería una novedad que los candidatos a representarnos en el Parlamento llegaran a sus mítines sin frases hechas ni huecas. Ya puestos sería deseable que conocieran la realidad de la zona o problema social a tratar y, sobre todo, que dijeran la verdad, no la mentira de lo que sus fieles quieren escuchar, ayudando a poder pensar por nosotros mismos; ¡la revolución pendiente!

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