Antifascismo de pacotilla

En España no hay fascistas que cuestionen el funcionamiento democrático de las instituciones

Un día de abril de 1940, el lingüista ruso Roman Jakobson -que era judío y estaba refugiado en Noruega- tuvo que salir huyendo de los nazis, que acababan de invadir Noruega. Un obrero socialista escondió a Jakobson en un ataúd y lo llevó en un carro hasta la frontera sueca, mientras la mujer de Jakobson fingía ser la desconsolada viuda que lloraba en el pescante. Más o menos por las mismas fechas, otro judío, el escritor polaco Stanislaw Jerzy Lec, logró salir de un campo de concentración nazi disfrazado… ¡de oficial nazi! Lec nunca quiso hablar de esta historia, pero todo parece indicar que logró matar con una pala a un oficial nazi y así pudo conseguir el uniforme y salir del campo por su propio pie. Hay quien dice que incluso se permitió desearle un buen día a los guardias de la garita (Lec hablaba perfecto alemán).

Como ellos hubo millones de personas en toda Europa que conocieron el fascismo y el nazismo. Y lo mismo ocurrió en España, donde hubo centenares de miles de personas que fueron asesinadas y encarceladas por el simple hecho de ser una persona sospechosa o un enemigo del régimen franquista. Esas personas sí que supieron cómo era el fascismo y cómo se las gastaba con sus enemigos o incluso con los tibios y los desafectos, que también eran considerados sospechosos y que por ello debían ser vigilados y marginados, tanto en el trabajo como en su vida de cada día.

Por eso da tanta rabia -y tanta risa- que haya gente supuestamente adulta, y que encima gana más de 60.000 euros al año pagados con dinero público, que se atreva a hablar de fascismo y de antifascismo (o incluso de nazismo), cuando el único fascismo que han visto en su puñetera vida ha sido en una película de Tarantino -Malditos bastardos, por ejemplo- o en una novela sobre la guerra civil. Es asombroso. España es un país que cumple con todos los requisitos de una democracia avanzada. Tiene ultraderecha, sí, igual que tiene ultraizquierda e independentistas etnicistas que se niegan a vacunar a los guardias civiles que viven en su región porque los consideran bestias infrahumanas. Pero aquí no hay fascistas que cuestionen el funcionamiento democrático de las instituciones, así que proclamarse antifascista -y más cuando se gana más de 60.000 euros al año- es un gesto ridículo. Y triste. Y patético. Y aburrido, muy aburrido.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios