Anoche tuve un sueño que, por momentos, me pareció real. Se me acerca un grupo de mujeres, PAS de mi Universidad, que me abrazan cariñosa y fugazmente pero de una manera más que suficiente para que acudiesen a mí imágenes de abrazos en otros tiempos vividos. Después, y sin saber cómo, entre flashes, besos y piropos, me vi en el salón de actos oyendo a un grupo de compañeros que hablaban de mí, ante un heterogéneo auditorio, resaltando mis aciertos, mis éxitos y mis recompensas y obviando, generosamente, mis torpezas y mis inacabadas obras.

Aparecían, inesperadamente, mis antiguos alumnos bartolinos con sus risas y sus historias y, entre ellos, esa alumna que aparece en un colegio cualquiera de un pueblo cualquiera y que, sin pretenderlo, consigue que creas por primera vez que la profesión de maestra merece la pena y que no te has equivocado. Al poco tiempo y así, como entre brumas, te sonríen unos adultos cuarentones que un día, tiempo ha, fueron niños que desde su pupitre te miraban directamente al interior y sabían leer tus miradas. Personas adultas, antiguos alumnos, que han llegado a conseguir un título para el que no se ha diseñado aún un Máster: convertirse en compañeros y compañeras del alma. Al ser preguntada por la fórmula de mi relación con el alumnado, no tuve dudas: aprendí pronto a asumir mis errores ante ellos y a pedir disculpas. Aprendí, mediante un sereno entrenamiento, a que el respeto sólo se consigue respetando.

Este sueño (no quiero que acabe, por Dios) me ha concedido la oportunidad de dirigirme, y desde el corazón, a mi alumnado de la EGB, de Secundaria y al universitario del siglo XXI, colectivos allí presentes entre los reflejos naranja y bermellón de las butacas del Salón de Actos de Educación. Este bendito sueño me ha permitido un inusual disfrute, el de la cara más humana y sensible de las autoridades institucionales, ésa que a veces se oculta tras inevitables exigencias académicas y plazos impuestos. Me regaló el recrearme con las sonrisas de mis compañeros fuera de un largo pasillo, sin prisas de horarios, sin correos urgentes. Me concedió el compartir vivencias con esas personas que, en diferentes contextos y con peculiares condiciones, de una u otra forma, han contribuido a ser lo que hoy soy, a reírme de lo que hoy me río y a llorar por lo que hoy lloro. Y sobre todo, me agració con un grupo de Reinas Magas que fue capaz de pergeñar el sueño, darle forma y hacerlo realidad.

Gracias. Siempre.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios