La expresión del título fue acuñada con motivo de adversidades reiteradas hacia una misma familia o grupo. Pues bien, así nos sentimos mis otros hermanos y yo, en la seguridad de que son muchas otras personas las que podrían decir lo mismo respecto a este ya fatídico, para nosotros, 2019 horrible.

En escasos seis meses perder al más pequeño y al mayor de los hermanos, es algo que inevitablemente deja una profunda huella afectiva. Y es que, si como se dice popularmente, siempre se van antes los mejores, en nuestro caso, no es un comentario convencional sino una auténtica realidad, pura y dura.

Quienes nos conocen, saben y comentan, sea para bien o no tan bien -que de todo hay- la fortaleza que le atribuyen a nuestros apellidos pero que no va más allá del elemento cuantitativo de ser cinco hermanos. Cinco, educados en el mismo ambiente, con el mismo método, gracias al abnegado esfuerzo de nuestros padres, transmisores de unas maneras de relación, con nuestro entorno, de respeto, independencia y tolerancia. Sin embargo, a pesar de eso, cada uno, con ese sustrato educativo, hemos salido con personalidades diferenciadas y quienes nos han valorado como un todo, algunos como un clan, se han equivocado y demostraron no conocernos porque quienes sí lo hacen, saben de las diferencias habidas en muchas ocasiones y la dureza de nuestra relación en muchos momentos. Cada cual, con su perfil ideológico, su formación, su fortaleza argumental y sus capacidades dialécticas… éramos un caldo de cultivo para la discrepancia, pero también un enorme blindaje en la unión. Y como ejemplo de esta diferenciación individual, valen los dos mejores que ya, tristemente, se nos han ido.

Jesús, el Chico, era la mesura; Eduardo, la competitividad; Chico, era el equilibrio; Eduardo, la beligerancia; uno, la forma individualizada de una vasta cultura, el otro la fogosidad del torrente cultural propio de los genios; Chico era la disciplina, el método, incluso la servidumbre añadida de los benjamines; Eduardo, la primogenitura en un sentido casi bíblico, bien entendido, pero subconscientemente ejercido… y podría llenar muchas páginas con esta cuestión. Lo cierto es que Iski, Modesto y yo mismo, nos quedamos con los recuerdos de nuestros juegos y aventuras infantiles, las anécdotas -incluidas algunas de estos tristes momentos pasados- los éxitos de ellos dos, numerosísimos, los de Chico, importantes, sosegados, académicos… los de Eduardo, como él mismo, arrolladores, apoteósicos, populares…

Por fin, si a los cinco nos daban una determinada catalogación de fortaleza, no siempre real, puedo asegurar que ahora sí que somos más fuertes porque hemos mejorado nuestra conexión con las "marismas celestes", esas que junto con Huelva y su historia cantó Eduardo magistralmente. En la seguridad de que ya están los dos sentados con san Pedro debatiendo sobre la tierra y el cielo.

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