El Ángelus

Probablemente, don Jordi y don Quim pensaban que, tras el adoctrinamiento, la república llegaría como un agua salvífica

La imagen de Pujol y Torra, rezando a los pies de la Moreneta, nos ha traído a la memoria El Ángelus de Millet, cuadro muy del gusto de Dalí, donde veíamos a dos labriegos, en discreto recogimiento, rezando a la caída del crepúsculo sobre un henar fragante y en sombras. Como digo, Dalí le dedicó un ensayo a esta obra francesa, un tanto melodramática -era la hora del realismo social-; no obstante lo cual, no es ése el motivo de que traigamos aquí a don Jordi y a don Quim. Lo que une estas cuatro cabezas, embriagadas por alguna forma de nostalgia, es esa dulce entrega al destino, al albur, a una fatalidad milenaria, que parece sobrecogerlos. En el caso de los labriegos, ello debe atribuirse a un preciso conocimiento de la arbitrariedad del clima. En el caso de los gerifaltes secesionistas, se trata de una mera ignorancia de la naturaleza humana.

Probablemente, don Jordi y don Quim pensaban que, tras el adoctrinamiento, la república llegaría como un agua salvífica y ineludible. Para estas ocasiones, sin embargo, uno siempre recuerda aquella vieja redondilla que cita don Claudio Sánchez-Albornoz en su España, un enigma histórico: "Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos. / Que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos". Es decir, que los cristianos de aquella hora no esperaban de su Dios nada que no fuera razonable; y ya conocían, en cabeza propia, los beneficios de contar con una fuerza pertrechada y numerosa. La fuerza numerosa y diestra de la que se ha valido la democracia española, al momento de enfrentar a la hueste fantasmal del secesionismo, ha sido la separación de poderes.

Y dentro de ella, la cautelosa y ejemplar acción de la Justicia, que don Jordi y don Quim pretenden conjurar mediante rogatorias y penitencias de éxito incierto.

Lo que se deduce, pues, de los últimos movimientos de la grey indepe es la asunción fatalista, cual meteoro adverso, de una sentencia condenatoria. Pero no sólo en el bando alzado ha ocurrido esto: también los partidos democráticos buscan hoy alianzas que ayer mismo deploraban. De ahí cabría extraer cierto optimismo, si no fuera porque es la proximidad de una crisis la que acaso esté promoviendo tales acercamientos, no sabemos si tardíos. Lo cual implica, al cabo, que no eran Pujol y Torra los únicos en aguardar una solución providencial a sus problemas. Una solución que llegara con el crepúsculo, grave y misteriosamente, como un Ángelus.

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