Se han cumplido en los últimos días veinticinco años desde que comenzó a funcionar el Hospital Juan Ramón Jiménez, ¿se ha notado en algo, a nivel de ciudad o provincia de la efeméride? Me da la impresión de que nada o muy poco. Yo puedo decirles, con seguridad, cómo recuerdo aquel día de inicio de trabajo allí, comenzó quedándome encerrado durante quince minutos en un ascensor, supuestamente, de estreno. Hoy, veinticinco años después, mi último contacto con el Hospital ha sido la muerte de Mª Ángeles, la amiga desde hace muchos años y viuda del más que amigo casi hermano Alfonso Lancha, y que poco más de doce años después se han encontrado seguro en la eternidad del cielo y compartiréis con, demasiados amigos ya, las veladas amistosas en las que saldrán a relucir con rotundidad los sentimientos "calvaristas" pero, también las discrepancias en las preferencias cofrades marianas respecto a la ciudad vecina.

Ha sido todo demasiado pronto y excesivamente rápido pero así de rápidas y traicioneras son algunas enfermedades. Y si nunca es oportuno el momento de una muerte, en este caso de Mª Ángeles resulta especialmente doloroso, por las circunstancias que la rodearon en los últimos años, tras la muerte de Alfonso, pues todo su horizonte fue el cuidado de sus padres, ambos en muy delicado estado de salud y casi no ha tenido tiempo, tras el fallecimiento de los mismos, para dedicarse en plenitud al disfrute de su preciosa nieta. Así es la vida y así debemos aceptarla por injusto que nos parezca.

Poco podía imaginar que, para mí, este cumpleaños institucional fuera coincidente con la irreparable pérdida de una entrañable amiga, y piensen lo que piensen algunos, el médico verdaderamente vocacional nunca se acostumbra a convivir con el hecho, muerte. Así lo digo, así lo siento y así lo estamos padeciendo los amigos de Mª Ángeles porque siempre fue leal en la amistad, apoyo en las dificultades de los demás, alegre, dispuesta, divertida y eficiente… una eficiencia y disposición, por resumir virtudes, que ha heredado Alfonsito, su hijo, permíteme que hoy te nombre así, pues recordarás que los dos solos ante en cadáver de tu padre, te dije: ya ahora eres tú, Alfonso, y tu madre tu mejor referente. Pero hoy debo volver al diminutivo porque aunque has tenido la entereza de un hombre hecho y derecho, con tu madre de cuerpo presente, he vuelto a ver al niño pelirrojo que jugaba con mis hijas, de tus sofocones futbolísticos por los colores que defiendes, de tu crecimiento cofrade, desde prestar servicio vestido de "librea" en el Calvario hasta ponerte el costal desde hace muchos años para portar a la Virgen del Rocío y Esperanza que, seguro, te va a ayudar pues te has quedado solo demasiado pronto y permitirá el consuelo necesario en tu mujer y la preciosa Esperancita, su nombre lo dice todo. Un abrazo.

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