Anécdota y categoría de la realeza

Pasar de la anécdota, el comportamiento del Rey emérito, a la categoría de la utilidad de la institución

El diálogo tuvo lugar entre Juan Carlos I y Francisco Umbral en el Palacio Real: "Estás toda la tarde apoyado en la pared, Umbral". El escritor contestó con un chiste: "Estaba sosteniendo el palacio, majestad". Y el Rey, secamente: "El palacio no se cae". La anécdota es de 1997, el mismo año de la boda de la infanta Cristina con Iñaki Urdangarín. Si bien es cierto que el edificio permanecía -y permanece- firme sobre sus cimientos, ya el cáustico escritor observaba que, si bien Juan Carlos era el "cigüeñal de la monarquía, (…) se va desdorando el mito, aunque dura el hombre".

En enero de 2014 expresaba yo en estas páginas mi convicción de que el comportamiento del Rey aconsejaba su abdicación, hecho que se produciría en junio de ese año. Hace un mes afirmaba que la presunta inmoralidad del Rey erosionaba la imagen de la monarquía. Solo hace unos días TVE emitió un documental de hora y media grabado por Laurence Debray y Miguel Courtois hace cinco años, que permanecía inédito. Contaba la relación del entonces príncipe con el dictador y el complejo proceso de equilibrios políticos que hicieron posible la transición a la democracia: un documento valioso, con extraordinaria difusión, que ha sido criticado porque presentaba solo el punto de vista de su protagonista. Pero lo cierto es que intercalaba las declaraciones de dos socialistas eminentes como Alfonso Guerra ("Si yo fuera creyente, calificaría la transición como un milagro") y Pérez Rubalcaba. Ambos, más allá de su republicanismo, reconocían la función de la monarquía como esencial factor de estabilidad democrática.

En mi opinión, debemos pasar de la anécdota, el comportamiento éticamente dudoso del Rey emérito, a la categoría de la utilidad de la institución monárquica. El consenso en este punto de los políticos de los años setenta no debe romperse, por más que así lo pretendan los independentistas o un Podemos a la búsqueda de argumentos para detener la desafección de sus votantes. El pueblo habló en el referéndum de 1978, legitimando con el 90% de los votos una monarquía constitucional, que no gobierna, al margen de los partidos, y que puede contribuir a la concordia entre españoles mejor que una república con un jefe de estado propuesto por el partido dominante y, por tanto, de imparcialidad cuestionable. Pienso que hoy el ciudadano, a la luz de cuarenta y cinco años de historia, sigue pensando lo mismo.

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