Un buen amigo, al que aprecio, me enviaba por la habitual vía cibernética la siguiente frase: "El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado". Esta afirmación se debe a Cicerón (106-43 a. de C.) y fue pronunciada el año 55 (a. de C.).

Estaba muy claro el criterio moral y ético en la administración del Estado. A través de los tiempos, los conceptos siguen siendo fundamentales en el desempeño de la gestión estatal. ¡Qué poco concuerda esta aseveración con lo que estamos viviendo en esta época de catástrofes sobrevenidas sobre una gran mayoría de nuestras administraciones públicas! ¡Cuán lejos de la coherencia y la responsabilidad de los encargados de la gestión de los considerables tributos que aportamos los ciudadanos! ¡Cómo en estos últimos años se ha dilapidado toda nuestra contribución al sostenimiento del país!

En este auténtico muro de lamentaciones tenemos que oír, leer, ver o comprobar por nosotros mismos, soportar en suma reprobaciones sobre nuestra región. Y tristemente la vemos situada en esa horrenda lista donde figuran los peores datos: los mayores índices de desempleo, de pobreza, de analfabetismo de escasa lectura de libros y periódicos, de fracaso escolar, más baja industrialización, inferior densidad en la red ferroviaria y de kilómetros de carreteras, menor número de ciudadanos con estudios medios y superiores... Pero no sigamos. Son referencias, argumentos incuestionables, que en estas vísperas decisivas para esta región muchos esgrimen con razón por su evidencia, mientras otros, envolviéndose en la bandera del andalucismo a ultranza, amenazan e increpan al mensajero como enemigo, en lugar de acusar y responsabilizar a los verdaderos causantes de tan penosa situación.

Estas coartadas morales para unos o radicalismos culturales o políticos para otros, según convengan, no pueden justificar posturas intolerantes, extremas, violentas, injuriosas, antidemocráticas, incendiarias, que alcanzan a instituciones que representan ese concepto fundamental del bien común y la noble convivencia. Y, además, una pregunta que tantos se hacen: ¿por qué ahora? ¿Por qué no antes cuando ciertos comportamientos políticos nos llevaban irremisiblemente con el despilfarro y la incompetencia al estado en que nos encontramos?

En diversos aspectos, y contra la aseveración ciceroniana con la que comenzamos nuestra columna, no se han equilibrado los presupuestos, ni se ha reaprovisionado el Tesoro, sino todo lo contrario: la deuda pública no se ha disminuido, se ha desviado el dinero a donde no debía y, en suma, se ha desandado el camino que nos había llevado al bienestar y la estabilidad económica. Innumerables ciudadanos, afligidos y malhumorados, se acuestan cada noche con un amargo regusto en la boca. ¿Hasta cuándo?

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