Agenda para la madrugada

Hay cada vez más negacionistas de la esperanza. Toman como válido un flanco de la realidad y rechazan cualquier otra opción

Entre los ritos iniciales del año hay uno que me encanta: estrenar agenda. La sigo usando en papel, por fidelidad a una iniciativa de movimientos populares latinoamericanos que me acompaña desde hace más de dos décadas, y más para cuestiones personales que laborales. Abrir este libro de páginas intactas es como tener el tiempo entre las manos. Esas hojas vírgenes me invitan a imaginar encuentros con amigos, proyectos creativos, tareas necesarias… A su vez, ellas me modelarán en el torno de los días y harán de mí, espero, una persona mejor.

El anuario que tengo entre las manos también me invade de preguntas incómodas: ¿venceremos este año al virus?, ¿será un tiempo de reconstrucción, o malgastaremos energías enredados en el mismo cainismo inútil…? Y por ese camino me sumerjo en un pantano de incertidumbres que paralizan: ¿De verdad hay sitio en la agenda colectiva para algo que no sea una amenaza? ¿No vienen escritas ya sus páginas, encadenados sus meses al miedo por la pandemia, el aumento de las desigualdades, las injusticias palpables o el auge de los neofascismos? ¿Alguien piensa que detendremos la devastación implacable de nuestro propio planeta? ¿Qué podemos hacer, más que resistir?

Hay cada vez más negacionistas de la esperanza. Como en todos los negacionismos, toman como válido solo un flanco de la realidad y rechazan con argumentos aparentemente sólidos cualquier otra posibilidad. Pero hasta el pesimismo tiene sus límites. La vida se empeña en demostrar tercamente que lo impensable no es imposible. Que las grietas por donde entra la luz de la solidaridad en una cultura individualista se agrandan; que la naturaleza puede recuperarse; que, desde la pequeñez y el temblor de las alternativas que surgen, se generan espacios de bienestar y progreso; que la diversidad y el respeto van calando en las generaciones más jóvenes; que siempre hay referentes de honestidad y compromiso…

Este no es un artículo lleno de vaguedades para salir del paso el primer domingo del año, créanme. Acabamos de estrenar agenda, y cada una de sus páginas exige decisiones y afanes muy concretos, firmados con la tinta de la necesidad. No les propongo un ejercicio de voluntarismo, sino de supervivencia: más importante que mantenerse vivos es mantenerse humanos, y eso significa defender una esperanza tan frágil como inquebrantable. Es tarde pero es nuestra hora, clava un verso de Casaldáliga. Insistamos, y será madrugada.

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