Adivinando

El precepto constitucional de la aconfesionalidad deriva en totalitarismo al ser confundido con laicismo

Cada día queda más claro y notorio que Lincoln tenía razón en su aserto sobre las posibilidades del engaño y el tiempo, además de ante cuántos puede mantenerse el mismo. Cuando este axioma se le va cumpliendo al gobernante de turno, solo le va quedando la suerte que es otro elemento efímero y, tremendamente, subjetivo, con lo que al suceder el finiquito -que no suele ser brusco sino progresivo- de ambas circunstancias, el personaje se ve envuelto en una vorágine de situaciones superadoras de su, habitualmente, escasa capacidad de resolución y de falta de entrenamiento porque hasta ese momento, la propaganda, el control de los medios, las subvenciones, los apesebrados… le hacían aparentar unas capacidades que, realmente, no tenía pero que le permitían tener adormecidas muchas mentes individuales y amortiguada a una gran parte de la sociedad civil.

Si a esto añadimos el oponerse a la Oposición, presentar algún enemigo externo, señalar como desleal al adversario, romper la separación de poderes, desprestigiar las Instituciones, hacer una lectura depredadora de la historia, según los propios intereses, y modificar, por etapas, las leyes según conveniencias coyunturales… cuanto más podríamos seguir diciendo. Nos encontramos con la previsible instauración de un modelo totalitario, según el manual básico de proyección del mismo, como el tiempo, la experiencia, la realidad y la historia nos enseñan y que el personaje aprovecha para afianzar posiciones y evitar que las urnas -aunque se sitúen tras unas cortinas- modifiquen el estatus alcanzado, sobre todo, en lo personal.

No, no se me ha olvidado, lo que sucede es que ello solo, y ya los hay, daría para todo un ensayo. Me refiero, en ese camino del totalitarismo, al ejercicio directo de confusión, que se hace con el precepto constitucional de aconfesionalidad del Estado con el laicismo puro y duro. En definitiva, sin referirme a nadie en concreto, jueguen a las adivinanzas, pero la pretensión de engaño continuo y masivo, la propaganda parcial y mediática, las hipotecas sociopolíticas, las incoherencias, contradicciones y mentiras, el presentar el consenso, la unidad y la lealtad como herramientas de sumisión del oponente, el atribuirse como propios éxitos generales, el apropiarse del progresismo intentando acortar la vida de unos y negársela a otros… todo lo dicho, tiene nombre y apellido. Pónganselo ustedes.

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