¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Abderramán

Si aún hoy el mundo se quita el sombrero cuando oye la palabra Córdoba es por gentes como Abderramán III

Palmas y pitos para el Ayuntamiento de Cadrete (Zaragoza), que ha retirado el busto de Abderramán III. Palmas porque, para qué engañarnos, la pieza es horrorosa y recuerda más a un cabezudo que a una verdadera obra de arte. La herencia envenenada del crack del ladrillo no sólo fueron los barrios fantasmas y las ruinas de las cajas de ahorro, sino también la amalgama de muñecotes, ninots y todo tipo de espantos broncíneos que han poblado las calles, plazas y rotondas de nuestra reseca geografía. El mucho dinero con el que contaron los ayuntamientos, unido a una legión de artistas con muy pocos escrúpulos y menos formación estética, hicieron que florecieran con furor primaveral todo tipo de esculturas-homenaje a oficios tradicionales, toreros, folclóricas, duquesas, tortas de aceite (en el Aljarafe sevillano se puede ver una), poetastros, próceres locales y bichos en general. Viajar hoy por España es hacerlo también por un museo de los horrores, por un tupido bosque kitsch de peleles y polichinelas. Por lo tanto, no podemos menos que aplaudir la iniciativa del villorrio aragonés. Como decía Lao Tse, que tuvo la suerte de vivir en un mundo sin afueras ni 1% Cultural, "el camino de mil leguas empieza con un solo paso".

¿Y los pitos? Es evidente que tras la retirada del engendro, ordenada por un concejal de Urbanismo de Vox, encontramos más una lectura sesgada y cazurra de la historia que una censura a la baja calidad artística del mismo. El hedor cristiano-viejo de la medida, un tradicional cáncer de la mentalidad hispana, es notable. No pretendemos jugar a lo políticamente correcto. La España actual es heredera directa de los reinos cristianos que acabaron, en un largo proceso lleno de contradicciones llamado reconquista, con las entidades islámicas peninsulares, desde el primer emirato cordobés hasta el crepúsculo nazarí. Eso no quita que los españoles de hoy no nos sintamos orgullosos de una entidad como el Califato Omeya. Y no porque el defenestrado Abderramán III, como han insistido en los últimos días algunos cursis, fuese como una barbie, rubio y con los ojos azules, sino porque su reino -que casi consiguió una unificación ibérica impulsada desde el sur- fue la monarquía más importante de la época, con una intensa actividad económica, científica, artística, militar, etcétera. Si aún hoy el mundo culto se quita el sombrero cuando escucha la palabra Córdoba es por gentes como Abderramán III y otros moros ilustres que nos dejaron en herencia eso que Manuel Machado llamó "el alma de nardo del árabe español."

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