Es el título más discreto de los muchos que se me han ocurrido, la verdad. Y es que, a veces, hemos de llamara las cosas por su nombre para evitarnos rodeos innecesarios. Me explico.

Llevo muchos años en las cofradías. Me refiero a dentro de ellas. Las vivo intensamente y de un modo muy especial, claro está, las mías. Me interesa todo lo que les atañe y me preocupan sus problemas. Al mismo tiempo, me ilusiono con sus proyectos y me alegro de todo lo bueno que les pase. Lo hago, quizá, porque lo he aprendido en mi familia y supongo que también por mí mismo, claro está. Algo tendré que me hace darles ese sitio especial.

Por ello, me horroriza ver la actitud de muchos cofrades, que parece que disfrutan diciendo en público que no quieren saber nada de esto. Por dos motivos: el primero, porque sea verdad. Quiero decir, que gente que ha estado dentro de las hermandades, peleando por ellas como el que más, hoy no quieran verse ni siquiera vinculados a todo lo que huela a cera o incienso. Si esto es así, en algo hemos fallado (o no, ojo, que hay veces que no tenemos más remedio que mandar a alguno a casa porque no hay quien lo aguante). Sin embargo, las cofradías, hoy en día, son de los pocos colectivos en nuestra sociedad que admiten a cualquiera, y lo digo en el sentido más positivo de la expresión. Las hermandades, casi por definición, no pueden ser grupos elitistas. Esto, y sus principales fines, son totalmente excluyentes. Y claro, todavía hay quien cree que las hermandades, o su hermandad, es algo que sencillamente no existe. De ahí, en mi humilde opinión, vienen muchos problemas.

En segundo lugar, me preocupan todavía más las afirmaciones a las que me refería antes porque sean falsas. Todos conocemos a cofrades que hablan con desprecio, desde una superioridad moral que no sé muy bien quién la da, de las hermandades y, sobre todo, de los cofrades (no digamos ya de los valientes que se atreven a estar en una junta de gobierno), y, como decía un poco más arriba, disfrutan (qué pena que esta sea la palabra justa) descalificando todo lo que hacen las hermandades y brindando al sol porque nunca más se meterán en nada. Sin embargo, estos amigos, ¿dónde hacen este tipo de manifestaciones? Aquí está la gran contradicción: en tertulias, grupos y redes sociales… ¡de cofradías! Y lo mejor de todo: ¿dónde sacan el tema de conversación? Pues de las redes sociales, de la prensa, etcétera. En definitiva, de estar en contacto voluntariamente con las hermandades. Oiga, yo respeto mucho a aquellos que se van a pescar de noche con un foco y un bocadillo, pero no hablo de ese tema porque soy totalmente ajeno a él. Ahí está, no me molesta, pero la pesca y mi vida, por poner el primer ejemplo que me viene a la mente, son como rectas paralelas. Nunca se tocan.

Ahora bien, no estamos en las cofradías, pero para largar, sí. Yo, que abiertamente declaro que estoy en las hermandades, que creo en ellas, y que seguramente sea un tonto más de esos que según muchos somos los que estamos dentro, pido un poco de caridad cristiana y de respeto a los que trabajan por las hermandades. Porque después, todos queremos cofradías en la calle, ¿verdad? Todos queremos Semana Santa. Claro que sí. Ahora bien, desatender nuestra responsabilidad con las hermandades es abandonarlas en veremos a ver qué manos, y eso si se da la circunstancia de que haya manos detrás. En muchas, las que son, son las que hay, y no hacemos más que ponerles trabas. Sin cofrades, no hay cofradías. Y sin cofradías, ¿de qué hablamos el resto del año?

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