Hoy martes sale el primer tomo del libro de memorias de Barack Obama del que tomamos el título, y del que publicó un extracto hace unos días en The New Yorker, a propósito de la reforma sanitaria en Estados Unidos. Difícilmente podía negarse la necesidad de esa reforma en el país que más gasta en sanidad, con un resultado desastroso en mortalidad al nacer o esperanza de vida, y ahora con la crisis sanitaria. Hay al menos tres ideas interesantes en el largo artículo de Obama. La primera es el odio que generaba su figura en la parte más conservadora del partido republicano -que se exacerba cuando le conceden el premio Nobel de la Paz-, nutrida por algunos poderosos como los hermanos Koch, con una campaña persistente antiimpuestos, antiregulación, y anti gobierno, que aquí tampoco nos resulta extraña. Con un lenguaje elegante pero directo, recuerda que fue objeto de ataques racistas y personales, y cómo discutiendo la ley de sanidad en una sesión conjunta de las dos cámaras, un oscuro senador republicano le increpó llamándole mentiroso cuando desmontaba los bulos que se habían hecho correr en torno a la ley, entre ellos que incluía a los inmigrantes ilegales. Fue la primera vez que se perdía el respeto de esa manera a un presidente dirigiéndose a las cámaras, y aunque luego el senador se disculpó -porque además no era cierto lo de los inmigrantes ilegales-, quedó como un héroe para algunos.

Una segunda idea es que al ser cada voto imprescindible para sacar la ley adelante, todos vendían caro el suyo, usando y abusando de este poder; es imposible que no nos venga a la cabeza lo que ocurre en España con minorías sobre representadas, que saben que una votación depende de ellos. Dice Obama que a algunos más liberales les molestaba los abultados beneficios de las grandes farmacéuticas y abusos en los seguros de salud, pero de repente no tenían problema con los márgenes exagerados de manufacturas de productos sanitarios cuyas sedes o fábricas estaban en sus estados, presionando para que les bajaran impuestos. La tercera idea es la oposición que surge dentro del propio partido demócrata por haber cedido en aspectos de la ley como la figura de un operador público de seguros de salud, complementando a los privados, que se quitó. Es algo que nos resulta conocido, cuando a un gobierno se le acusa por los suyos de no reformar lo suficiente sobre un tema, en un sentido u otro, y la frase: "¿para qué votar si ganamos y no cambia nada?", es lo que queda luego como mensaje ponzoñoso para el electorado.

Cuenta que, en una reunión privada, tras escuchar a un senador republicano que le daba cinco razones por las que discrepaba de la ley sanitaria, se dio este cruce de preguntas y respuestas: "Déjame preguntarte algo -le dije-, si incorporamos todas tus sugerencias, ¿apoyarías la ley? Bueno…-respondió el senador- ¿Hay algún cambio -insistí- que haría que nos dieras tu voto? Hubo un silencio, me miró y dijo: Creo que no, señor presidente". Creo que no, subraya Obama, y aunque para él esto es su justificación y defensa de cesiones y "victorias imperfectas" ante situaciones de bloqueo, nos deja la duda de si es también una visión desesperanzadora sobre la realidad de la condición humana en la negociación política.

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