Análisis

miguel lópez verdejo

Mi semana santa

Me ilusiona la idea de enseñarle a mi hijo mayor quién está en la cruz

La Cuaresma se nos va y ya casi tocamos con los dedos un nuevo Domingo de Ramos, que independientemente de la hermandad de cada uno, es el día más esperado por todos los cofrades. Una Semana Santa que, siendo la misma, será distinta, pues diferentes serán los momentos por los que atravesamos cada uno de nosotros y que nos condicionan, para bien o para mal, en estos días centrales del año.

En mi caso, el reciente nacimiento de mi segundo hijo ha hecho que tome algo de distancia en mis hermandades, aunque ello no hará que deje de participar en la estación de penitencia de ambas. Salir de nazareno forma una parte fundamental de cómo vivo la Semana Santa, en la que la penitencia tiene un lugar central. Por supuesto que me canso con el avance de las horas. Claro que me incomoda el morrión. Es evidente que está uno más cómodo fuera vestido de otro modo. Pero se nos olvida que todo esto se ideó, precisamente, para realizar un sacrificio que ofrecemos al Señor. Además, el anonimato del nazareno le permite, estando en la calle de un modo real, permanecer ausente ante el público que te rodea para, a través de la oración y la meditación, acercarte a ese Cristo cuyo camino iluminas con tu cirio.

Al margen de las salidas procesionales, llegará una nueva Semana Santa en la que, como decía, cada uno establecerá sus prioridades. Se detendrá en aquello que más le interese y descuidará lo que menos. En mi caso, me ilusiona la idea de enseñarle a mi hijo mayor quién está en la cruz o cargando con ella, que presencie su paso con el mayor respeto, ya que no por acostumbrarnos a su imagen deja de representar al hijo de Dios. Me ilusiona la idea de explicarle todo lo que veremos estos días.

Pero, además, tras lo más importante, la Semana Santa ofrece un enorme acervo que, posiblemente, sea el responsable de la atracción que ejerce en tanta gente: el olor, los sonidos, los detalles… Aquí está el que vive por y para los costaleros, que me parece muy respetable. Yo, por mi parte, le doy su sitio, ni más ni menos y, por supuesto, no se me ocurrirá buscar sus nombres, como hizo el pregonero de este año en una mesa redonda que me tocó moderar para la Hermandad del Calvario, en una publicación sevillana en la que aparecían todos los artesanos y artistas que trabajan para las cofradías: bordadores, orfebres, imagineros, tallistas…

Valoro mucho más, en cambio, y será porque lo viví once años, a los que tocan en las bandas. Muchos costaleros ensayan tres o cuatro veces, protestan mucho, dan dolores de cabeza a sus hermandades y creen tener un poder que no comprendo. Sin embargo, los músicos ensayan más de cien veces al año y no tienen ese estatus (ni creo que lo quieran). Me sigue encantando escucharlas, las sigo admirando y, desde luego, son (con los miembros de las juntas de gobierno) los más sacrificados de nuestras cofradías.

En mi Semana Santa me importa muy poco el orden en el que salen las cofradías, o si alguna tiene un incidente y retrasa a otra diez minutos. De lo que me resbalan las redes sociales cofrades y los foros ni hablo. Estas cuestiones y otras, para muchos cruciales, me sobran. Para mí, lo verdaderamente importante, es, después de vivir una Cuaresma plena, acercarme del mismo modo a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, para terminar con el gozo de la Resurrección en la misa de Pascua; lo demás es totalmente accesorio. Feliz Semana Santa a todos.

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