Inconcebible que Pedro Sánchez haya pronunciado su primer mitin en el Palacio de La Moncloa. Con el agravante de que pidió el voto para él y su partido, lo que está absolutamente prohibido hasta que comience oficialmente la campaña electoral. Explican los siempre dispuestos a justificar a Pedro Sánchez que es el presidente de Gobierno, y efectivamente lo es aunque esté en funciones. Pero si quisiera cumplir con la ley, y sobre todo con el respeto que debe al cargo, tendría que haberse trasladado a Ferraz para pronunciar su mitin. Y callarse respecto a pedir el voto. Se comprende que Sánchez provoque tanta animadversión como simpatía: las formas institucionales no van con él.

Las elecciones ya están en marcha y nadie duda que volverá a ganar Sánchez, de ahí su empeño en una nueva convocatoria, aunque lo ha disimulado todas estas semanas lanzando diatribas a diestra y siniestra acusando de irresponsabilidad y falta de sentido de Estado a quienes no le apoyaban para formar Gobierno en momentos difíciles. Seguirá con esas acusaciones durante toda la campaña, lo hizo la noche del martes y en la sesión del control de ayer, pero ya no cuela. Lo hemos repetido hasta la saciedad las semanas últimas: los informes que manejaba le aseguraban que su partido crecería de forma importante con unas nuevas elecciones, y se le notaban las ganas de urna. Ya las tiene, lo que habrá que ver ahora es si acertaban las encuestas. De momento Arrimadas le ha pedido que recuerde a Susana Díaz, que perdió las primarias contra todo pronóstico, y Pablo Casado le ha espetado que "las elecciones las carga el diablo".

Es cierto que nada es seguro en política, pero es difícil para PP, Ciudadanos y Podemos mandar a casa a Pedro Sánchez porque ninguno de los tres partidos se encuentra en situación óptima. Rivera ha vuelto a enseñar su rostro más irritante al declarar que todavía hay plazo para negociar. No lo hay, a ver si lo comprende de una vez. Si insiste puede caer en el ridículo. A Iglesias no le caben más problemas internos; el último le llega desde Andalucía, donde un sector del partido pretende ir a elecciones con su propia marca. Pablo Casado es el líder que hoy provoca menos rechazo, pero tendría que replantearse las listas, porque en las anteriores hubo nombres que nunca debieron estar y faltaron algunos que debían estar. Así tuvo el resultado que tuvo, la mitad de escaños que en la legislatura anterior, y el grupo parlamentario que tiene, donde no llegan a la media docena los diputados de peso. Con una portavoz muy brillante y capaz pero que no acaba de comprender que su papel es atacar a los adversarios de los otros partidos, no a los del propio.

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