Análisis

Tacho Rufino

Cuando la patria es lo primero

Las elecciones catalanas confirman que la decadencia económica no cotiza a la hora de votar: es la ruptura lo primeroEl daño económico catalán es de récord: pero es secundario, y da juego al sentimiento

La economía es la ciencia de la escasez y del mejor uso de los recursos; la disciplina que busca con técnicas y decisiones el logro de los objetivos de las organizaciones -la eficacia-, y hacerlo con al menor coste -la eficiencia-. Las empresas privadas deben buscar el rendimiento respetando la ley, y en el ejercicio del poder político también debería, en puridad, ser la economía la madre de la gestión, o una de sus guías esenciales. Aunque en muchas ocasiones no sea así. No ya por razones sociales, que buscan la igualdad o la cobertura social o la protección del medioambiente. O programáticas, que ordeñan legalmente caladeros electorales. Sino por motivos como la promoción de una nación, un territorio distinguible por antecedentes, mitos y ritos, cultura y folclore, idioma: sucede que la economía se posterga, por alimentar y rentabilizar un sentimiento de pertenencia a una colectividad que comparte valores espirituales o derechos históricos; un grupo amenazado o maltratado, sometido por "otra" nación. No hay nación sin enemigo. La economía es pragmática y sin dios; el nacionalismo es dramático y creyente.

En el fondo, y ajeno a las masas, lo que hay en el origen de un conflicto entre hermanos es pura dialéctica y evolución de los intercambios comerciales, fiscales, financieros; de los cabildeos de las élites a lo largo de siglos. O una huida hacia adelante que, como tinta de calamar, ostenta la bandera de la patria para dejar la corrupción en un oscuro desván de la opinión pública; ésta, debidamente enardecida por el agravio. Pero al común de las personas las razones económicas colectivas -no las de nuestra casa- se nos escapan; las damos como algo lejano e inextricable, mientras que las razones del amor y el odio, de los mejores frente a los malos, tienen mucha mayor pegada. Las emociones dominan a los paisanos, sobre todo en tiempos de incertidumbre. La propaganda patriótica sabe mucho de esas emociones. De los sentimientos vibrantes, tan poco económicos, tan poco racionales, tan poco eficientes. Sí eficaces: si de lo que se trata es de ejercer el poder. Aunque sea mediante una constelación heterogénea y contradictoria de partidos cuyo único objetivo común es la independencia política. Vale más, a efectos electorales, la opresión de un Estado antidemocrático -lo sea mucho, o nada- que la política económica liberal o la redistributiva, que las brechas de riqueza o que el internacionalismo en defensa de los menos privilegiados. O que el empobrecimiento autoinfligido políticamente. Derecha o izquierda: minucias en cosas estratégicas.

Reproduzco aquí de forma sumaria algunos hechos (me remito a un artículo del miércoles de Fernando Faces en estas páginas, titulado La decadencia de Cataluña). Vean estas magnitudes económicas: PIB, competitividad, paro, deuda pública, gasto social, inversión externa, crecimiento de las empresas (o su fuga). En todas ellas, las variaciones en Cataluña desde 2010 es peor que mala: si en todas las otras regiones españolas han sido negativas, en Cataluña han sido peores. Y hablamos de la cabeza de ratón -lo era, al menos- de España. Atribuir una parte -mayor o mucho mayor- de tal declive regional a la lucha independentista es simple lógica. Sin embargo, las elecciones del domingo pasado han respaldado al separatismo catalán, que ha encendido la confrontación, y el miedo. Por mucho que los credos políticos de quienes se adscriben a ese derecho tan espiritual como territorial -no una nación propia, sino un Estado- sean técnicamente tan compatibles como el agua y el aceite. ¿Qué tiene que ver el nacionalismo con la economía?: todo en el fondo, casi nada en la superficie. No nos engañemos: es el poder el motor, y la patria su coartada. La economía puede esperar.

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