Este año sí hay partido en los Goya. Hay buenas películas. El resultado es incierto, y puede haber sorpresas. El duelo Amenábar-Almodóvar no se daba desde hacía una década. Y tardará en repetirse. Pero es que además la tapada, La trinchera infinita, puede dar el campanazo si suma los votos de los académicos andaluces y vascos, como ya ha ocurrido en premios anteriores, como los Forqué, los Feroz o los de Asecan.

Para mí que este año la propia competición es tan fuerte y poderosa, que ni siquiera harían falta presentadores en la gala. Y no lo dice alguien sospechoso de poner reparos a la pareja Amdreu Buenafuente-Silvia Abril. Gran pareja cómica. Pero lo que ocurre es que cuando después de tantos años de cine de garrafón (los medios hemos callado por respeto, pero los ha habido), después de tantas ediciones que eran poco menos que un trámite, donde lo de menos eran las películas, y lo de más los entregadores graciosillos de turno a los que se les obligaba a pronunciar guiones imposibles, cuando llega una edición como la de 2020, en la que las películas son suficientemente conocidas y reconocidas, parece que no hacen falta más aditamentos.

Tenemos a Almodóvar a las puertas de los Óscar, respetado en América y en Europa. Tenemos a un Amenábar que ha sido capaz de llevar a las salas a más de 2 millones de espectadores con una película de temática delicada con la que ha practicado pedagogía de la buena, abriéndose camino en un Top Ten de taquilla repleto de comedias sin fuste producidas por el duopolio de las televisiones privadas. Tenemos un montón de actores, actrices y profesionales muy queridos por el público.

Y tenemos a Málaga como anfitriona. Y el A chorus line en versión de Antonio Banderas animando el escenario. Será un gran momento. Los cinéfilos lo tenemos todo para disfrutar de una noche Goyesca para la historia.

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