Hemos sido testigos, por partida doble, de lo terriblemente simplona que es la clase política con la que nos ha tocado convivir. Antaño habría dicho que tenemos lo que nos merecemos. Pero, por muy a la deriva que vaya nuestra sociedad, nos merecemos algo infinitamente mejor que los cuatro candidatos que se presentan a la presidencia del Gobiernos. Infantiles, pueriles, maleducados (unos más que otros), sordos, con incapacidad verbal, niños de patio de colegio, así se mostraron Casado, Sánchez, Iglesias y Rivera en los debates que TVE y Atresmedia quisieron regalarnos a los electores, a los decididos y a los indecisos.

Con independencia de la ideología de cada uno, resulta complicado decantarse por uno de los cuatros candidatos, ya no por su programas (vacíos de propuestas y sobre cuyo nivel de cumplimiento hay dudas), más bien por la incapacidad que se les observa a los cuatro. Ninguno merece representar a los españoles, luchar por sus derechos o tirarlos por tierra. Su nivel intelectual no les da ni para delegados de clase. Comedidos (como Iglesias), arrogantes (cual Rivera), a por uvas (como Casado) o maniatados (como Sánchez), los cuatro sólo han servido para ser carne de memes. Sus salidas de tono (Rivera, ese niño de eterna pataleta), sus tonos de sermón (a Iglesias ahora lo llaman Padre Pablo), sus equivocaciones dialécticas (Sánchez tiene la valentía de decirnos que nos va a mentir a todos) o esa forma de tener a las mujeres constantemente en la boca (¡ay, Casado!) han llevado al electorado a no tomarse en serio a sus candidatos. Protagonistas de gifs, chistes y todo tipo de ocurrencias, los cuatro han dejado claro que lo suyo es un sketch de los Morancos. Y así, de parodia en parodia, hemos llegado al día de hoy, con dolor de tripas de reírnos de los cuatro jinetes del apocalipsis pero vacíos de líderes a los que agarrarnos. Si ya no se hacen canciones como las de antes, que diría alguien mayor de 50, tampoco hay políticos como los de antes, para los que el chiste se hacía en casa y la política en la calle. No todo el mundo es consciente del cargo que ocupa y no todo el mundo está preparado para ocuparlo. Por eso no tenemos lo que nos merecemos, tenemos lo que quieren que nos merezcamos.

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