Análisis

Rectora UHU Periodista y exdirector de 'Huelva Información'

Los ojos oscuros de Ana siempre brillabanUn ser de luz

Lamentablemente, no he tenido yo, como otros afortunados, la inmensa suerte de tener a Ana Vives en mi vida durante muchos años. Hace apenas unos pocos que la trataba con cercanía y, sin embargo, estos han sido suficientes para tenerle gran aprecio y para poder hoy, en unos momentos tan tristes, sumar mi dolor al de sus familiares, compañeros y amigos. Hay cosas, créanme, que tienen poco que ver con el tiempo transcurrido y mucho con esa chispa instantánea que dan la afinidad, la complicidad y el buen entendimiento. En estos tiempos en los que menudea el encanallamiento, la ambición y la mediocridad, no necesité mucho para darme cuenta de la excepcionalidad de Ana. A la elegancia de sus formas sumaba la de su talante y saltaban a la vista en ella su integridad, su simpatía, su generosidad y su bondad natural. Nos acostumbró al ejercicio serio de su profesión con un periodismo riguroso y ecuánime, sin que ello restara nunca pasión a sus atinadas palabras, ni disminuyera un ápice su compromiso con las causas ciudadanas más justas y con la defensa de los intereses de Huelva: esta provincia a la que, sin haber nacido en ella, hizo suya por decisión propia y por un merecido enamoramiento.

Doble mérito. Y todo esto lo hacía Ana con sencillez y naturalidad, sin atisbo alguno de petulancia ni engreimiento. Como, en fin, las cosas deben hacerse.

Me pasa con las personas que son como ella que, sin querer, las veo brillar entre la gente común, como si refulgieran iluminándonos. Los ojos oscuros de Ana siempre brillaban: es imposible pensar en ella sin recordarlos. Y es imposible pensar en ella sin recuperar el sonido de su acento y sin sentir profunda nostalgia por la ausencia de su conversación entretenida y culta. Hace unos días coincidí con Ana en la inauguración de una exposición; el mes pasado, cuando recogía su premio a las Mujeres Imparables. Qué hermosa metáfora para reconocer la vida de una mujer que, realmente, fue imparable defendiéndola.

Ana no lo sabía, pero, por su estilo inmarcesible y por su resistencia sonriente hasta en los peores momentos, me recordaba mucho a mi querida hermana María, que también me fue arrebatada por la misma enfermedad dejando en mi corazón desgarros irreparables. Serviciales las dos, alegres, humanas, luchadoras sin armas ni desaliento. Hay, sin duda, un hilo invisible, una piel compartida, que une a las personas que han padecido o han tenido muy cerca esta forma inexplicable de sufrimiento. Hay por eso algo extrañamente fraternal en la pena que siento.

Aunque algunos así lo creen, pobres de ellos, no se mide a las personas por la importancia de lugar que ocupan durante su vida, sino por el vacío que nos dejan cuando la abandonan. Estas pocas palabras que ahora acaban son el intento inútil de explicar la magnitud del vacío que Ana nos deja.

Descansa en paz, amiga.

UNO crece temiendo el momento en el que lo dejarán sus padres, pero con el paso de los años madura y lo admite como algo lógico en el devenir de la vida. Después se preocupa por sus hermanos, los siguientes en la escala del trascurrir del tiempo, pero tampoco se lo quiere plantear mucho por el temor a esa ausencia.

Y luego están esas marchas para las que uno nunca está preparado; esa familia elegida, esos amigos que se cuentan con los dedos de la mano que aterrizan en tu vida y te la cambian para siempre. Para la marcha de ellos nunca se está listo, por mucho que la hayas visto venir, que lo hayas pensado, que en la soledad de tus pensamientos nocturnos hayas intentado racionalizar el momento del adiós. Lo intentas, pero no es posible. Porque cuando esa marcha se produce el alma se te rompe por dentro y el vacío que te queda es el de una sima de una profundidad insondable. Así nos hemos quedado con tu marcha.

Cuando llegué a Huelva, solo, con los miedos del desafío y una familia cargada de pena e incertidumbre por un nuevo tiempo, tu mirada serena, tu tranquilidad y tu bondad nos allanaron el camino. Desde aquella noche en la que cenamos, supuestamente a escondidas, yo con mi cuaderno negro y tú con tus palabras, precisas, describiéndome la redacción, pluma a pluma, y la ciudad, personaje por personaje, supe que eras especial.

El tiempo no hizo más que refrendarlo. Con los días te convertiste en mi cómplice, mi confidente, la persona que con una mirada sabía lo que pensaba y lo que quería. Mi mediadora en los conflictos de redacción y mi terapia antiestrés en aquellas noches que acababan en el 1.900 entre gin tonic y pipas. Los dos con nuestra charla. Recuerdo esas cervezas con Yayi en las que siempre os enganchábais, por los chupetines de una y las publicidades de otra. Esos amagos de bronca que eran los únicos en los que la Vives sacaba ese genio que llevaba dentro y tan bien sabía ocultar.

Recuerdo el día en el que, a un mes del fiestón de nuestras vidas me dijiste: "Tuto el bicho ha vuelto". Y seguiste: "No te preocupes vamos a luchar contra él". Y lo hiciste, vaya si lo hiciste. Con esa capacidad, ese espíritu, esa nobleza, esa integridad, ese saber estar siempre. No diré que fuiste un ejemplo porque no te gustaba oírlo, tú solo querías normalidad, pero sí puedo decir que el vacío que nos dejas es inmenso.

Echaremos de menos esa mirada hacia arriba, esas cejas enarcadas, esa sonrisa picarona. Esas charlas sobre tus padres; tu Paqui, que es tu ángel de la guarda; tu hermano José Luis, el chico, que no paraba de caérsete de la boca; y tus adorados sobris. Añoraremos tu capacidad por estar siempre con el más débil, con el que más necesitaba tu cariño. Ese sexto sentido para saber estar en el momento y el lugar preciso.

Nos has dejado un enorme legado de amor, un compendio de cariño que tu Javi, "mi Javi" como decías, recogió el mismo sábado cuando al vernos tristes en casa nos trajo un helado para "subir el ánimo". Ahí te vi en él, esa herencia de ser de luz que guiará nuestro camino.

Y mientras tanto, fea, pon a enfriar la cerveza, que la Yayi y yo llevamos el riojita para que al encontrarnos digas "¿qué hashe feo?". Y esperaremos juntos, entre risas, el vaso de agua fría que nunca llega porque "es que no hay manera". Y eso sí que es una faena.

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