La punta de lanza del rugby español luce trenzas pelirrojas, o una coleta que recoge una melena castaña. Tiene una sonrisa joven y despierta. La cara del rugby español es la de una muchacha con muchas horas de vuelo en campos de césped irregular (incluso en sitios con menos verde que marrón); kilómetros en partidos a los que llegas con el número de jugadoras justo para poder salir a jugar; mucha carretera, mucha ayuda de compañeros de trabajo que con suerte te cubren las espaldas para que puedas ir a competir; miles de páginas de libros de asignaturas de la universidad que se mueven por el vaivén del bus que te lleva de vuelta a casa después de jugar 40 minutos contra otras iguales, o de arbitrar a más de 200 kilómetros de casa a pequeños que aún no saben ni las reglas, o empiezan a tratar de aplicarlas.

El invierno se puede ver en los ojos de mujer del rugby español. Y también la resiliencia. Las nefastas condiciones en las que se practica el rugby femenino en España hacen más meritoria su actual situación. La selección femenina compitió en el torneo de seven olímpico; se juega este mismo fin de semana una plaza en el Mundial ante Escocia (nada más y nada menos); una árbitro española ha sido nombrada la mejor del mundo por la World Rugby, máximo organismo de este deporte a nivel mundial. En la red se puede ver a Alhambra Nievas (por su nombre adivinarán de dónde es), durante la gala de entrega, en fotos junto a O'Driscoll, Nigel Owen y otras leyendas de este deporte; o a Bárbara Pla y Patricia García ante Charlotte Caslick en una foto con el fondo de diseño de los Juegos de Río. Si se fijan en esas fotos y miran a los ojos de esas muchachas verán el invierno, ese que pone a prueba su amor por este juego. El rugby español de primera se llama Alhambra, Bárbara, Patricia o Inés, y este fin de semana nos pueden meter en un Mundial. En estas condiciones.

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