Desde hace más de tres décadas, he tenido la suerte de conocer y admirar a las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, las "Nazarenas", fundadas por San Manuel González el 3 de mayo de 1921, en Málaga. Durante este tiempo, he tenido ocasión de participar en diferentes lugares y eventos para exponer, con cariño sincero, mi pensamiento acerca del santo "Obispo del Sagrario abandonado" y de sus Hijas, las "Marías Nazarenas". De la misma manera, en esta ocasión feliz, con motivo del centenario de su fundación, pretendo decir lo que pienso de estas santas mujeres, que han encontrado el Amor de sus vidas en Jesús-Eucaristía.

La Nazarena es aquella mujer enamorada de Jesús-Eucaristía que, cuanto más se une a Él por su entrega personal a la Iglesia durante toda su vida, tanto más desarrolla la vida de la Iglesia y más vigorosamente fecunda su apostolado. Es, como reza en el lema de la Congregación, una mujer que, por haber encontrado el Amor, tiene una razón para vivir, adopta un estilo de vida y un modo de compartirla. Y, de este modo, por su condición de "misionera, está siempre disponible para hacer el bien en cualquier lugar; se siente una mujer eucarística para evangelizar eucarísticamente, a través de su modo de ser y vivir en Cristo.

La Nazarena ha aprendido que hablar con Dios y hablar de Dios deben ir siempre juntos. Con este aprendizaje permanente, ella advierte a los demás que el cristiano que no escucha primero a Dios nada tiene que decirle al mundo y, menos aún, tendrá nada que ofrecer a sus hermanos más pobres y abandonados. La concreción de esta advertencia la dejó bien plasmada Baltasar Pardal Vidal, otro santo Fundador y buen amigo del San Manuel González, con estas palabras, que constituyen todo un programa de vida: "Mientras haya en el Sagrario un hambriento, y pobres hambrientos junto al Sagrario, no habrá tiempo en la Obra para pensar, hablar, comentar o tratar otros intereses que no sean la Eucaristía y los pobres".

La celebración de los cien años de su fundación patentiza la solidez de la vida eucarística de las Nazarenas, a pesar que nunca fueron muchas, como los apóstoles. Cien años en los que, generación tras generación, ellas no han dejado de cantar al AMOR de los amores, ni de acompañar a Jesús en el Sagrario. Cien años en los que todas, y cada una de ellas en su momento, han buscado con anhelo el rostro eucarístico de Jesús y lo han encontrado, porque Él cumple siempre su promesa: "He aquí -nos dice- que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

La celebración de este Centenario bien merece la más sincera felicitación a todas las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, las de antes y las de ahora, al mismo tiempo que es justo reconocerles y agradecerles el ejemplo de amor a la Eucaristía que nos han ofrecido durante un siglo, y nos seguirán ofreciendo por mucho tiempo más, si Dios lo quiere. Por mi parte, finalmente, hago mías las palabras de San Agustín que, modificadas sólo en cuanto al género, dicen así, recordando a sus maestros: "En la vida dimos, por fortuna, con las mujeres que te invocaban, Señor, y aprendimos de ellas a sentirte como un ser cercano". (Confesiones, 1.9).

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