Anteayer, a las diez de la noche, recibo un mensaje por WhatsApp en el que me preguntan: "Pedro, me han dicho que ha muerto el Litri, ¿tú sabes si es cierto?. Y le contesté: "No sé, voy a enterarme…". Cuando todavía no me había dado tiempo de enterarme, recibí otro mensaje: "Gracias, ya lo sé. Es seguro que ha muerto".

La muerte de Miguel Báez Espuny (Litri), a los 91 años, nos ha cogido a todos por sorpresa, aún sabiendo que llevaba tiempo sobrellevando un proceso tumoral. Pero la muerte de un torero, como el Litri, era más lógica y esperada cuando en los años 50 y 60, con veinte años, se jugaba la vida en los ruedos, con toros más peligrosos que los actuales.

O sea, el riesgo a morir en el ruedo de la plaza era mayor. Lo cual no le quita peligrosidad a ponerse delante de un toro. No en vano, está escrito que "el toreo es el único arte que juega con la muerte". Y que "sólo del miedo puede nacer una gran faena".

Litri se ha jugado la vida muchas tardes. Ha sido un intérprete del toreo, con su estilo personal. Hizo famoso el Litrazo (citar al toro de muy lejos y pasárselo rozando la cintura, mirando al tendido), ante el que la gente se emocionaba, aplaudían y gritaban: "Olé, torero, olé…". Como antes decía, Miguel arriesgaba cada tarde delante de los toros, hasta que la última cogida gravísima, le obligó a retirarse.

Años después, la vida le regaló la oportunidad de que su hijo, Miki, siguiera su estela y continuara la saga de los Litri: Abuelo, padre, hermanos e hijo, que han conformado la dinastía de toreros más antigua de España.

Miguel Báez ha vivido gran parte de su vida en el campo (Peñalosa) junto a vacas, toros y caballos y a los exquisitos garbanzos que producía tierra de Escacena del Campo. A este precioso lugar acudían anualmente sus incondicionales seguidores de la Peña Litri del Matadero, presidida por el inolvidable Pepe Castilla, a tomar la tradicional paella hecha por el torero y a disfrutar con él de un gran día de amistad y compañerismo. La primera afición de Miguel era la de torear y la segunda, la de cocinar. En este arte era también un figura reconocido. Tuve la fortuna de experimentarlo en varias ocasiones, puede dar fe.

Litri fue una persona noble. Tímido. Serio. Al limite de ser seco. Famoso. Popular. Educado. Acogedor, Sencillo. Y, sobre todo, un hombre bueno. Tuve oportunidad de conocerlo por fuera y por dentro. Gracias a él, el santo cura Girón podía organizar, todos los años, el Festival taurino de Higuera de la Sierra pro-cabalgata de los Reyes Magos. La Hermandad de la Cinta, de la que era su primer hermano también conoce la generosidad del torero. Y así, otras instituciones benéficas.

Este hombre, más rural que urbano, ya está en las marismas del Cielo, junto a la Virgen del Rocio, la que, como hombre de fe, era uno de los motores de su vida.

Ayer, jueves, fue el funeral en Madrid, donde ha muerto. Su cuerpo fue incinerado y las cenizas llegan esta tarde, a las doce, al Ayuntamiento de Huelva, donde amigos y seguidores podrán despedirse del maestro, antes de ser enterrado en el panteón familiar. Con la muerte de Miguel Báez Litri se va una de las señas e identidad de la Huelva de la segunda mitad del siglo XX.

El torero, siempre era torero, se nos ha ido cuando su edad le impedía brindar en el ruedo de la plaza, como hizo tantas veces. Brindemos nosotros por él (oraciones). Yo brindo por la persona que hizo historia en Huelva, con mi lágrima urgente y mi copa de cariño.

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