Las ventas de mosto, tan típicas a las afueras de Jerez y que pronto tendrán caldos nuevos, sirven a precios bajos platos auténticos, recetas de siempre (en especial sabores tan otoñales como la berza y el ajo), en un contexto casero, rural, que termina siendo el ambiente idóneo para una consumición informal. Pero en Mosto Tejero no era así exactamente. Alberto Chicote se topó anoche con la realidad de esta venta jerezana, cuyo programa se grabó hace año y medio, por lo que al hostelero-agricultor le dio tiempo a volver a las andadas y cerrar.

Una vez más se demuestra en este docu-reality que es más fácil un cambio de aspecto que un recambio de actitud. Por mucho empeño que se haga en un par de días, es difícil encarrilar a los negocios en cuesta abajo.

Lo que se veía en el local (en este y en tantos otros) era reflejo de su propietario, un desdichado Juanete, fan del palo cortado, las carreras con tractor y la huida a ninguna parte. El programa que abría temporada La Sexta nos podría parecer simpático dado el contexto, pero llegó a ser incómodo entre los camareros llegando a las manos y vertiendo una sarta de tópicos tóxicos, esos clichés que los detractores de Andalucía aprovechan para incluirnos a todos. La autocomplacencia y el autopiropo aún sigue siendo un grave peligro para que Andalucía avance como debiera a estas alturas de siglo.

La pesadilla del Mosto Tejero no era distante a lo que se podía leer en las redes de un establecimiento del que muchos comensales salieron corriendo o se marchaban aburridos por mala atención.

Para contrarrestar las broncas que ha de echar Chicote y la desazón general que acarrea, Pesadilla en la cocina suele derivar en historia de final feliz, en redención tras la manita de chapa y pintura a los vetustos bares. Las cámaras se apagan un segundo antes de dinamitarse ese desastre definitivo que lleva a cerrar a la mayoría de los negocios, como el jerezano de anoche. Pesadilla es un álbum de malos profesionales coleccionables.

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