Esto de las hermandades tiene su gracia: su historia se mide por siglos y, todavía hoy, nos encontramos a veces debatiendo acerca de su misma razón de ser. Comienzo así porque, en numerosas ocasiones, veo cómo a estas se les atribuyen competencias que quizá no debieran tener al tiempo que, inexplicablemente, evaden responsabilidades inherentes a su existencia.

En el primer grupo, sin duda, se encuentran una serie de demandas que, no por injustas, forman parte más bien de ese afán por reñir que muchos sienten cuando tiene a un cofrade por delante. Porque yo no sé ustedes, pero uno empieza a estar más que cansado de que, por el simple hecho de pertenecer a una hermandad, se tenga que llevar críticas y reprimendas constantemente. A ver si va a ser un delito que nos guste una procesión… Otra cosa es que tengamos muchas carencias en cuestiones básicas para cualquier cristiano, como puede ser la formación, pero confundir una hermandad con los cursillos de cristiandad parece un error evidente.

El fin fundamental de la cofradía es el culto público. ¿Esto significa que debamos darle la espalda, por ejemplo, a la caridad? Claro que no; pero no por ser cofrades, sino por el básico hecho de ser cristianos.

Esto nos lleva a otra cuestión: la de los altares de culto. ¿Cómo va a ser lo mismo el culto a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Madre con excelentes altares que con lo puesto? ¿Va a ser lo mismo detenerse una semana al año (quinarios, triduos) ante la imagen de nuestra devoción elevada en el presbiterio, iluminada por cuantos más candeleros mejor, que como lo hacemos de manera cotidiana? La sola contemplación de estos altares ya eleva el alma y nos acerca a la Pasión de nuestro Señor.

Qué pena ha dado escuchar estos años atrás de crisis cómo se ha criticado absurdamente a las hermandades que han seguido manteniendo estos altares con la manida excusa de lo que cuestan los cirios. Qué ridiculez… ¿No había crisis económica, por ejemplo, en la posguerra, cuando las hermandades que perdieron a sus titulares (quemados intencionadamente, pero esta es otra cuestión) se afanaban por recuperar lo destruido? ¿Nadie pasaba hambre cuando nuestras cofradías formaban ese patrimonio del que hoy nos sentimos orgullosos todos los onubenses? ¿Acaso la sociedad onubense que vio llegar el manto de la Oración en el Huerto, el palio mercedario o el paso de la Buena Muerte (por citar ejemplos sobresalientes pertenecientes a momentos dispares de la historia) estaba sacada de la Utopía de Tomás Moro? ¿A quién se le ocurre protestar por la existencia de estas obras? Menuda hipocresía.

Por supuesto que se puede hacer lo mismo con menos. Pero en ese caso, insisto, dejaremos de lado nuestro principal fin. Y además, abrazaríamos ese "lo sencillo es solemne" que a veces nos repiten machaconamente y que no es otra cosa que una invitación a la mediocridad. La liturgia no es un invento de los cofrades: existe en el seno de la Iglesia y parece mentira que, en muchas ocasiones, los cofrades seamos los primeros interesados en mantenerla y fomentarla. Así que, queridos cofrades: demos culto a nuestros titulares sin complejos. Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Madre no se merecen menos.

Si, en el caso contrario, las hermandades, con la excusa de no gastar, dejamos de hacer aquello que, precisamente por el hecho de serlo, tenemos que hacer, entonces, sencillamente, no habrá hermandades. Tendremos otra cosa. No sé si mejor o peor, pero, desde luego, bien distinta a lo que hoy disfrutamos. Una realidad mejorable, por supuesto, pero un tesoro para la Iglesia y para los que las vivimos todo el año.

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