El mundo no está preparado para muchas cosas. Quizás para casi nada. El mundo, por mucho que nos lo vendan de tolerante, no está preparado para la sorpresa o la novedad, para lo que se sale de la norma y suscita suspicacias. Pero la vida es azarosa y siempre tiene algo que enseñar. Porque, cuando planificas tu historia y crees escribir tu destino, el universo reacciona y te trastoca los planes. Nadie planea una maternidad múltiple, un embarazo de alto riesgo o pasarse los próximos cinco años sin pegar ojo porque, pasadas las doce, son tres las bocas que piden comida a la vez. Nadie desea que el mundo le perdone la vida en cada una de las miradas que éste le brinde. Pero el mundo es inquisidor y, mientras uno decide hacer frente a lo que la vida le ponga por delante, éste se encarga de tirar por tierra cada pequeño logro que alcance. Cada paso resulta casi una cuestión de Estado. Todo el mundo tiene una opinión propia y cree estar en el derecho de poder dispararla. A quemarropa, sin medir los efectos de la metralla. Pero hay gente a la que el mundo le importa poco.

Ella sale de casa con una especie de transformer, en el que lleva a sus tres niños y al que resulta difícil no mirar ojiplático. Ella no cabe por la puerta, ni por la de su casa ni por la del ascensor, pero sale igualmente. Sorteados los primeros obstáculos, ella para a tomar café, dice que ese ratito le pertenece, que es muy suyo. Mientras inyecta en su somnoliento cuerpo algo de cafeína, escucha susurros que van subiendo de volumen. Algunos se le acercan para darle el pésame, como si traer tres vidas al mundo fuera una especie de condena a muerte. Otros, en un fingido acto de empatía y altruismo, le regalan consejos nunca pedidos. Sonríe, porque hace un año que ser feliz es su estado natural (y porque prefiere la paciencia al homicidio). A veces es valiente y se atreve a coger un autobús. Pero el mundo, tan hostil y despiadado, la hace maldecir el momento en el que se le ocurrió aventurarse en esa odisea. A ella se le olvidó que el transporte público no está preparado para un cochecito de tres bebés. Ilusa, confió en que el conductor le facilitase el acceso y la travesía en su autobús. Una utopía porque, por si uno no tuviera ya suficientes obstáculos, va el mundo y te carga de barreras para que no se te olvide lo diminuto que eres. Pero ella no es pequeña y, aunque el mundo siga sin estar preparado para lo diferente, ella se encarga de demostrarle que si la vida le da limones ella coge y hace limonada. Y resulta que le sale riquísima.

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