Estos últimos años el Recre se ha convertido en muchas cosas: en un tremendo problema sentimental, en un gigantesco marrón municipal, en un -a veces- ejemplo de unión y de superación, en un milagro continuo, en una ruleta rusa y, hasta hoy, en un equipo perdedor. Muy perdedor. Desde que con Barjuan se desperdiciara de manera incomprensible la posibilidad de luchar por un ascenso a Primera, aquí no hemos hecho más que acostumbrarnos a perder. Es cierto que hemos tenido momentos excepcionales que han mitigado, en cierta manera, ese 'modo loser', como aquella histórica resurrección de marzo 2016 o el milagro obrado con Pavón al año siguiente, cuando la muerte seguía merodeando nuestros talones, pero desde 2014, que se dice pronto, casi no se hace otra cosa que perder. Y, lo que es peor, dando una imagen que suele dejar mucho que desear.

Ya podemos ser tres, nueve o doce mil en el estadio, superar todas las expectativas con respecto al número de abonados, viajar acompañando fielmente aquí y allá al Decano para intentar que éste no se sienta solo, cambiar veinte veces de entrenador, mejorar el césped o poner ajos en vez de focos en las torretas de nuestro coliseo que la mediocridad deportiva no nos ha abandonado, al menos, hasta hoy. Ni el Nuevo Colombino impone nunca a los de fuera, por muy poco nombre que ellos tengan -¡si impone más a los nuestros!- ni historias. Y sí, seguramente el asunto deportivo sea el menor de todos los problemas, pero eso no exime de que algún año, algún mes, alguna vez, por pura probabilidad, aquí se tenga que ganar más veces que las que se hinca la rodilla. Que mis ojos han visto a más de un equipo, con su club al borde del abismo, realizar campañas espectaculares. Ya es mala suerte (¿?) que aún no nos haya tocado eso aquí.

El reto de Salmerón no es hacernos jugar bonito, ni que imitemos al Borussia Mönchengladbach de los 70 ni gustar a todos y a cada uno de la grada. No es ni siquiera convencernos del estilo de su juego. Su desafío es que abandonemos, tras un lustro, la etiqueta de perdedores, evitar que nos pinte la cara hasta el último equipo que surja en Candanchú. Que este inicio de cuento nos suena y el final, como saben, no suele tener ni pizca de gracia.

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