Análisis

Gumersindo Ruiz

El informe sobre la felicidad del mundo

Pese a que las encuestas las hace Gallup para Naciones Unidas, y hay nombres ilustres detrás de este informe, entre ellos Jeffrey Sachs, y centros de investigación de Columbia, la LSE, y Oxford, lo he leído con escepticismo, pues siempre es pretencioso medir la felicidad. Es el noveno que se publica y compara la situación en 2020 con años anteriores; la pérdida principal son los al menos 3 millones de muertos, seguida de la inseguridad económica, ansiedad, estrés, disrupción de la vida y deterioro de la salud.

La felicidad como variable a explicar se hace función de seis variables: renta por habitante, apoyo social que se percibe, esperanza de vida saludable, libertad de decisión y elección, entorno generoso o no en que se vive, y confianza en las instituciones; y un séptimo término que recoge lo que queda sin explicar por las seis variables en la ecuación, así como la comparación con otros que están relativamente peor. Se calcula para todos los países del mundo, aunque con muy diferente calidad en la información, y se concluye que hay una pérdida generalizada de felicidad entre 2020 y el trienio anterior, que se manifiesta en antipatías, preocupación, desconfianza y tristeza. Aun así, se dan escasos cambios en la percepción del bienestar en los países europeos; los primeros lugares de felicidad siguen ocupados por los mismos, y España que era de media el 27 ahora está el 24.

Una parte de la felicidad son las emociones y las expectativas. Las emociones han cambiado mucho en 2020, con movimientos muy negativos en los confinamientos, y recuperaciones rápidas ante las buenas noticias. Se mide la mala expectativa laboral, que llega a ser alrededor del 40% de la infelicidad en un país. Aunque en el informe se valora principalmente la esperanza de vivir, lo interpreto de manera diferente, y veo que en la práctica se valoran más aspectos económicos y de satisfacción personal, como la libertad de movimientos, por ser hechos personales ciertos, mientras que el contagio y la muerte es una probabilidad que puede caer en otros.

La desvinculación de los demás se muestra especialmente en España, que es el país donde en una encuesta donde se pregunta si uno observa de verdad las normas establecidas en la pandemia y cómo cree que las observan los demás, mayor es la diferencia en puntos porcentuales, pues los que dicen cumplir ellos se acerca al 90%, mientras piensan que menos del 50% de los demás cumplen. Este rasgo de culpar a otros es común en el ámbito individual y político de esta crisis sanitaria, y cada cual se cree lo que quiere creer. Aunque la mejor estrategia probada ha sido sin duda el aislamiento extremo, incluso mientras avanza la vacunación, no es extraño que alguien que, aunque haya fallado en su responsabilidad en el control de la enfermedad, proponga de una forma simplista libertad de movimiento y quitar limitaciones a la actividad económica, tenga más seguidores que quien plantea una política matizada y compleja. No estoy siendo cínico, y menos cuando se han dado tantos comportamientos altruistas, sino observando un sentimiento no extraño a los humanos en el que la libertad y la economía propias se ponen por delante de cualquier emoción y preocupación por las consecuencias paras otros.

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