Lo importanteCuaresma: tiempo para renovar nuestra fe

Después de todo un año, en el que hemos tenido tiempo más que de sobra para asumir que este año tampoco habría cofradías en la calle, se nos echa encima otra cuaresma igualmente atípica.

La Semana Santa de 2020 nos cogió a todos con el paso cambiado, y no cabía esperar gran cosa de las cofradías porque no se podía ni abandonar el domicilio. Vimos cosas extrañas, como misas retransmitidas en las que aparecían algunos asistentes, aunque fueran pocos (ya me dirán cómo llegaron a los templos si estábamos confinados) o altares montados para la ocasión en otras localidades, que no se explican a no ser que los priostes vivieran en el propio templo.

Este año, como decía, sí hemos tenido tiempo de entrar en caja y pensar un poco en el espacio que ocuparían las hermandades en los días de la Pasión. Decir lo contrario es absurdo: a la altura de diciembre, por ejemplo, quien supiera lo que es el Nazareno en la calle Marina o la Esperanza en Miguel Redondo no podía pensar, bajo ningún concepto, en pasos por la ciudad tan solo tres o cuatro meses después. El problema, efectivamente, no residía en portar las imágenes: la cuestión fundamental estribaba en cómo controlar la distancia de seguridad de los miles de personas que irían a verlos.

Pero insisto, después de tanto tiempo, y teniendo clara la razón de ser de las cofradías, resulta extraño que a estas alturas lo único que sepamos es la idea del Consejo de ubicar las imágenes titulares junto a sus misterios en el suelo de los templos. No es que me parezca mal, pero si las hermandades están fundamentalmente para el culto, creo que deberíamos centrarnos (no ahora, sino hace ya algunos meses) en cumplir nuestra misión de acuerdo con las instrucciones de las autoridades. No habrá cortejos por las calles, pero la celebración en los templos es perfectamente posible con las medidas que todos conocemos.

Entiendo que, en algunos casos, hemos perdido algunas oportunidades. Me refiero a cultos que se han aplazado, cuando las parroquias están abiertas y en ellas se celebra la eucaristía diariamente. Entenderán que resulte extraño que haya misa todos los días pero que las hermandades no celebren sus triduos o quinarios. Ojalá fuera el problema que los hermanos acudimos en masa a estas convocatorias y que la mera colocación de una orla en la fachada del templo hiciera temblar las piernas de los responsables de nuestra seguridad. Pero todos sabemos que no es el caso.

Todavía estamos a tiempo de que las hermandades planteen un programa de cultos a la altura de las circunstancias en las que estamos, de manera que atiendan a las necesidades espirituales de los hermanos. Quizá esto nos haga hoy más falta que nunca. Para ello, nos tenemos que creernos de verdad lo que tenemos entre manos, y ocupar sin complejos el espacio que nos corresponde: en el templo, con el Evangelio en la mano y dando testimonio en nuestro entorno porque Jesucristo, al que adoramos en el Sagrario de nuestra parroquia o capilla, volverá a caminar por nuestras calles para que podamos conmemorar su Pasión. Es una oportunidad irrepetible de demostrar que los cofrades no solo estamos aquí por el folclore. Ahora bien: nos lo tenemos que creer. Si no, estaremos haciendo un teatro precioso.

EL día 17, con el miércoles de ceniza, dábamos inicio al tiempo litúrgico de la cuaresma. Tiempo de gracia, conversión y misericordia por excelencia. Tiempo para agudizar el oído y poder escuchar la voz de Dios sin endurecer nuestro corazón.

No debemos olvidar que todo tiempo es tiempo de gracia para aquel que cree y vive en clave de fe.

En el mensaje que el Papa Francisco nos dirige entre otras cosas nos dice: " En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el "agua viva" de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo…" (Mensaje cuaresma 2021. Papa Francisco) Y San Manuel González, en uno de sus libros hablándonos también de la cuaresma nos invita a hacer de este tiempo una oportunidad para aproximarnos cada vez más al Sagrario y trabajar siempre para que otros también se aproximen… (OO.CC. nº 710. Florecillas del Sagrario)

Pienso que estos dos fragmentos citados, tienen una unidad y conexión entre ellos y que a todos nosotros nos pueden ayudar a dar sentido a este tiempo de gracia y en estas circunstancias concretas de pandemia, dolor e incertidumbre que nos está tocando vivir. Tal vez sea oportunidad para que activemos nuestra esperanza en aquel que no defrauda y que es quien da el verdadero sentido a nuestra vida, ya que en estas circunstancias que vivimos palpamos con mayor fuerza la fragilidad y debilidad humana.

Renovemos cada día nuestra fe. Una fe sólida. Una fe, que nos ha sido dada gratuitamente, porque es don. Una fe que nos haga de verdad libres. Una fe que nos tiene que llevar a entregarnos y comprometernos con Dios y con cada persona que se cruce en nuestro caminar diario. Una fe, que nos llevará a adentrarnos y ponernos a la escucha de la Palabra, para poder confrontar nuestra vida y dejarnos interpelar. Una fe que para poder renovarla, es necesario alimentarla. ¿Cómo? "saciando nuestra sed, con el agua viva…" "o aproximándonos" cada día más al Sagrario.

Si queremos tomarnos en serio, y no en serie, nuestra vida de cristianos, tenemos que sacar cada día algún rato para poder aproximarnos más al Jesús vivo del Sagrario. Necesitamos pasar ratos a solas con Aquel que por amor a cada uno de nosotros se hace Pan Vivo para que podamos alimentarnos y retomar fuerzas para el camino de la vida, tantas veces árido y duro. Necesitamos descubrir que en la Eucaristía Dios se acerca al hombre, Dios sigue dando su vida por ti y por mí, aún sabiendo que una vez más le vamos a traicionar y aunque decimos que él es el primero en nuestra vida, luego anteponemos muchas cosas, que hoy son importantes y mañana dejan de serlo, a Él.

¡La fe viva! Ésa es la que toca a Cristo, la que llega hasta su corazón. Si con fe viva nos llegáramos al Sagrario, ¡cómo nos sumergiríamos en aquel mar de luz, de amor, de vida, que brota de aquel corazón! ¡Cómo se curarían todas nuestras dolencias! ¡Cómo gozaríamos de salud inalterable! ¡Cómo obtendríamos mucho más de lo que pedimos y esperamos! Pero, ¡nos hacen tanta falta aquella humildad que lo teme todo de sí y aquella confianza que lo espera todo de Él!. Vamos al Sagrario tan llenos de nosotros que no hay que extrañar que volvamos tan vacíos de Él!.

¿Sabéis ahora por qué, a pesar de tanta virtud de sanar como exhala constantemente el corazón de Jesús en el Sagrario, hay tantos enfermos, aún entre los que lo rodean y viven cerca de Él?. Hay que tocarle y se empeñan en no ir o en ir para oprimirlo. (OO.CC. nº 415. Qué hace y qué dice el corazón de Jesús en el Sagrario).

El pertenecer a una hermandad, el privilegio que me da, es el de poder testimoniar de palabras y obras al Dios vivo en medio de nuestra sociedad, en el trabajo que cada uno desarrollamos, en el ambiente en el que cada uno nos movemos. Estoy llamado a hacer presente a Dios en esta sociedad y a vivir esas virtudes eucarísticas de: entrega, generosidad, acogida, amor, perdón, servicio… El Dios en quien creo está vivo. Esta cuaresma tiene que ser una buena oportunidad para tomarme en serio mi fe y tomarme un poco el pulso para ver los frutos evangélicos que vamos dando. Es urgente que dejemos de verdad entrar a Dios en nuestra vida para que pueda transformarnos desde dentro y que le dejemos que se quede y haga morado en nuestro corazón, porque sólo él "hace nuevas todas las cosas" (Ap 21,1-6)

En este año en el que la congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret está celebrando su primer centenario de fundación, por San Manuel González, quienes vivimos en esta ciudad de Huelva, donde él estuvo de arcipreste y tanto trabajó para transformar la sociedad de la Huelva de principios del siglo XX, tenemos un modelo a seguir para renovar nuestra fe, trabajar para hacer más humana y cristiana nuestra sociedad y eucaristizar nuestra vida entera. Eucaristizar: La acción de volver a un pueblo loco de amor por el corazón eucarístico de Jesús.

"Eres precioso a mis ojos… y yo te amo… No temas, porque yo estoy contigo…" (Is 43, 4sg)

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