El Eurogrupo (ministros de finanzas) se pasó todo el martes intentando encontrar una forma de acción coordinada contra las consecuencias económicas del coronavirus y fracasó. Ni hay acuerdo sobre el instrumento de intervención inmediata para minimizar el impacto del virus en la economía, ni será fácil que lo haya sobre la intervención posterior para la reparación de los destrozos. La Europa política no existe porque carece de instituciones con capacidad para imponer la gestión del interés mancomunado del conjunto sobre el particular de los miembros. La Unión Europea parece haberse convertido en un club de intereses que todavía se mantiene en la ruta hacia la unión política en las etapas llanas, pero con muchas dificultades para progresar en las de montaña.

El Eurogrupo vuelve a intentarlo hoy -por ayer- y es probable que se llegue a un acuerdo, que será de mínimos, salvo que Italia consiga imponer su criterio, pero que dejará nuevas marcas en el proyecto, cada vez más difíciles de disimular. Italia insiste en implicar al Banco Central Europeo (BCE), tras su afortunada intervención en la crisis de la deuda soberana, y contaba con el apoyo explícito de España, que ahora parece ver con buenos ojos la oferta para la intervención inmediata a través del Mecanismo de Estabilidad (200.000 millones), del Banco Europeo de Inversiones (200.000 millones) y de la creación de un fondo (100.000 millones) de ayuda a los desempleados.

Desde la etapa inicial de zona de libre comercio hasta la de unión política, el proyecto de integración europea ha atravesado por diferentes fases. La unión aduanera se elevó a la categoría de unión económica con la creación del mercado interior y la libre circulación de mercancías, personas y capitales.

Posteriormente se avanzó hacia la unión monetaria y a lo largo de este proceso se desarrolló un complejo entramado institucional, que culminó con la creación de un Banco Central Europeo (BCE) independiente. La Eurozona consiguió a través del euro la proyección internacional que posteriormente se intentaría replicar con el proyecto de unión política, aunque sin demasiado éxito hasta el momento. Tras la ampliación al este y la crisis de 2008, los errores de diseño en la arquitectura del euro se hicieron escandalosamente visibles, dejando en evidencia las dificultades para continuar avanzando.

En las primeras fases, cuando todavía eran conciliables los intereses, el proyecto europeo funcionó de forma ejemplar, pero dejó de hacerlo en las posteriores, complicando la fijación de posiciones comunes en temas importantes, como la inmigración, para beneficio de euroescépticos.

Los fondos movilizados por la PAC y las ayudas al desarrollo han resultado muy beneficiosos para los intereses de la periferia, pero conviene no olvidar que se trataba de compensaciones por los enormes beneficios de la apertura de sus mercados a los países del centro y norte de Europa. En este fuego cruzado de intereses, solo el BCE consiguió mantener el tipo, echando mano de su estatuto de independencia tras la llegada de Draghi, frente a la intransigencia alemana y sus satélites.

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