Análisis

Pedro Rodríguez

El cura Paco Girón, más cerca de la santidad

No quería dormir para no perderse ni un minuto de servicio a los demás

En febrero del 2009, en este periódico, escribí un artículo con ocasión del fallecimiento del sacerdote don Francisco Girón bajo el titulo de: Ha muerto el cura santo. El tiempo me ha dado la razón pues, a los doce años, la Santa Sede ha abierto el proceso de canonización del citado sacerdote y ha terminado la primera parte con la consideración de Siervo de Dios.

La segunda continuará en Roma, con la verificación de documentos y la Vida y Virtudes del Siervo De Dios. A su conclusión y aprobación, el Santo Padre dictará el Decreto considerándolo venerable. El proceso continuará hacia adelante con su consideración de beato y definitiva santificación. Sería el primer cura diocesano de Huelva que alcanza la santidad.

El cura santo Paco Girón nos ha dejado un legado inagotable e inolvidable en el corazón y la vida de quienes lo conocimos y lo tratamos. En este sentido, me considero un privilegiado de su trato, ayuda y testimonios. Por ello, desde que se nos fue al cielo, en cada aniversario escribo un artículo sobre su figura en este periódico.

Paco Girón pasó por la vida haciendo el bien en medio de una constante paradoja. Amaba el silencio y se pasaba el día hablando con la gente o predicando en cursillos, conferencias o en su parroquia. No tenía oído musical, pero le gustaba tararear canciones, cuando iba en su popular Dos caballos de un lado para otro. Antes de comer, mojaba medio bollo en aceite, aunque lo aborreciese.

Ingresó en el Seminario de Mayores, en Salamanca, cuando hacia planes de matrimonio con su novia, Ana María. Fue director de la fábrica de aguardientes de su familia, en Higuera de la Sierra, cuando no probaba ni una gota de alcohol. Su afición y su pasión era el toreo y, siendo cura, fue muy pocas veces a una plaza de toros. Se pasaba el día y la noche visitando a los enfermos y nunca fue capellán de ningún hospital.

Era un alma libre de la diócesis, pero vivió comprometido con su barrio y su parroquia de San Pablo, los Cursillos de Cristiandad, la Residencia de Ancianos, la Cabalgata de Reyes y el Festival taurino de Higuera de la Sierra, que era un soporte económico de los dos hechos anteriores.

El cura santo, que no quería dormir para no perderse ni un minuto de servicio a los demás, vivió la cercanía con el otro, escuchando y dando a cada uno lo que necesitaba. Fue un cura que vivió el optimismo de Jesús de Nazaret, cerca de los pobres, a los que ayudaba y amaba. De él brotaba un manantial de agua viva y la alegría de la buena noticia del Evangelio.

Hoy cumple doce años de su marcha a las marismas del cielo. Conociéndolo bien, estoy seguro que a Paco le da exactamente igual que lo hagan o no lo hagan santo de la Iglesia. Pero, en cambio, a los que le conocimos y lo quisimos nos llena de alegría, satisfacción y orgullo saber que un sacerdote que en su vida fue un santo real, también lo será de forma oficial. ¡Ojalá sea pronto!

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