Ahora resulta que no es cuestión de entendimiento entre posturas adversas del pueblo catalán. Que, ahora, hemos llegado a descubrir que lo que se pretende resolver es una colisión o enfrentamiento político entre la Generalitat y el Estado español. Un auténtico carajal.

La bajada de pantalones hace época y nos lleva a un precipicio imposible de sortear a no ser que, bajo cuerda, se llegue a un pacto en donde hacer valer la cuadratura del círculo. Lo blanco es negro y el Cid, un chulapón de verbena. Non e possíbile signore.

Si llega a consumarse el pacto con ERC estaremos abriendo la puerta hacia el destierro de la Transición, donde por cierto fue pieza importante Miguel Roca Junyent representando los intereses de toda Cataluña, que en Referéndum aprobaría la Carta Magna por amplísima mayoría.

Ahora, hemos llegado a un punto sin retorno, o rompemos la concordia establecida en la Constitución durante cuatro décadas o volvemos a tirarnos los trastos a la cabeza y como ha expuesto más de uno y una, reconocer que España es un conjunto de "ocho naciones" y las demás un monipodio de pelagatos, apegados a su tradicional atraso y torva sumisión.

La cuestión es que un aprendiz de Maquiavelo se ha envuelto en una capa que todo lo tapa, incluso la vergüenza de renegar de sus principios, que al decir de Groucho Marx, si no le gustan estos, se cambian y a otra cosa. Estamos a la entera disposición de ERC.

De nada sirven las voces de viejos dirigentes que hicieron posible la reconciliación, la apertura, el pluralismo político, la libertad y el Estado de Derecho. Son macanas, material de desecho, augures del pasado que hoy no cotizan ante la innovadora y efervescente fuerza que ha de cambiar este país en añorada República, cuando la Monarquía, en momentos confusos, nos ha llevado de la mano hacia un período de paz y prosperidad irrepetible.

Las reuniones, tanto secretas como públicas, con los secesionistas y golpistas, son una prueba clara de entregismo a sus tesis, a sus proclamas y barbarie. El camino para cambiar de piel, autonomía por nacionalidad, está marcada en la letra, forma y fondo de la Constitución del 78 y es mezquino e indignante que el 47% del antiguo Condado perteneciente al reino de Aragón, exija separarse por la fuerza del Estado Español.

Argumentos legales existen para desvanecer tal horizonte, pero las ansias de poder, el egoísmo y la soberbia, hacen que nos hundamos en una incertidumbre que, Dios no quiera, nos vuelva a situar en una radical confrontación, en un choque de trenes entre ricos Estados y pobres Autonomías.

Los andaluces no podemos tolerar tanta mentecatez y tal desprecio a nuestra historicidad, aquí hemos forjado el pan de oro de nuestra grandeza durante siglos y lo único recibido son mendrugos y vanas promesas, mientras que los truhanes de la cuatribarrada se han llenado el canut con sus mangancias, fraudes y extorsiones. De tanto "negro" de tanto 3% y de tantos Pujoles.

No se quieren poner sobre el tapete las cartas aplicables a tal impunidad y ello conduce a un demencial encuentro en el que unos, absortos en gobernar, se hallan dispuestos a permitir un atropello de consecuencias imprevisibles.

Si hay que cambiar la Constitución, hágase a través de los cauces establecidos, y si los españoles decidimos seguir fieles a su legado, manténgase contra viento y marea. Ello no obsta para modificar y actualizar parte de su articulado, tras cuarenta y un años de vigencia.

Si necesita retoques vayamos al quirófano,curemos sus arrugas, tan sólo su arrugas, no su espíritu. Eso nunca. En él florece la semilla de esta larga cosecha que tanta sangre nos costó derramar.

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