Nunca tuve muy claro si es peor la sensación que se vive justo al recibir el mazazo o el despertar del día siguiente cuando, en frío, se repasa todo lo vivido (han sido diez meses de extremos tremendos) y lo que se supone que está por venir. El maldito despertar del lunes es un triste déjà vu disfrazado de mil y un pensamientos, casi todos malos. ¿Y si no volvemos a tener una oportunidad igual? ¿Y si ésta tarda mucho en volver? ¿Será capaz el club de conservar el bloque? ¿Responderá la gente igual que hasta ahora? ¿Llegará la estabilidad necesaria…?
Después estos cuatro años locos los incondicionales se merecían un final muy diferente, pero ya sabemos que aquí nada es fácil: el año pasado nos despedimos del Colombino con un postrero gol visitante que estuvo cerca de condenarnos al infierno y, este curso, otro tanto foráneo al límite nos ha sesgado toda ilusión. No hay que hablar de justicia, porque en el fútbol es justo vencedor el que marca más goles, pero al Hitchcock que diseña estas despedidas es para cogerle, encerrarle en un cuarto y decirle un par de cositas por lo menos.
Hay quien habla de que este palo supondrá otra Soria; yo discrepo: en ese tiempo el recreativismo sí que llevaba siglos en la inopia y esa decepción supuso, de forma mágica, una explosión definitiva. Ahora los albiazules no es que no hayan estado dormidos, es que si no hubieran estado despiertos durante este lustro el Decano sería hoy sólo un bonito recuerdo. Y repito: por fortuna, en este tiempo se ha llenado muchas veces el estadio, han crecido exponencialmente los abonados, se han realizado viajes impresionantes, pero es que jamás he visto a una afición tan implicada como ahora. Ése ha sido, sin duda, el mayor triunfo.
Ahora volverán los buitres a molestar, los avinagrados a malmeter, los locos a inventar, los apesebrados a bramar por tal o cual amigo… Nada nuevo, vaya. Pero llega también el momento de exigir, entre otras cosas, una estabilidad total, una forense en el juzgado, una transparencia máxima y un realce del decanato y de los 130 años que se antoja imprescindible. Y en el césped, Dios dirá. "Volvemos a la casilla de salida, Juanma", me dice un recreativista dolido y ejemplar. Pues a volver a empujar la ficha blanquiazul hasta llevarla a la meta. No hay más.
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