Gracias a la privación voluntaria de comida y bebida, nos acercamos a un estado esencial que muestra facultades y dones que estaban ocultos tras las rutinas alimenticias. Una nota titulada Espiritualidad y sentido del ayuno cristiano, que edita la Parroquia del Santísimo Redentor de Sevilla comenta: "Cuando nos abstenemos de comer también estamos tratando de conectar con todas las personas que no comen sin desearlo, condenadas por la injusticia del mundo". Para mí aprender a no necesitar es un gesto caritativo que se expande sin fin como una onda mágica que traspasa los confines de la razón; quitarse uno del pan que su hermano necesita es un dignísimo hecho que perfecciona nuestro ser.

Empezar la práctica del ayuno puede ser severo, a veces muy difícil de entender. Para quienes viven inmersos en un consumo voraz y sistemático, el ayuno es un reto. A pie de calle muchos pueden pensar que refleja una costumbre de gente anticuada. Pero acompañarlo de oración y penitencia le confiere un significado con que nuestra vida empieza a mejorar. Una jornada de ayuno desarrollada con determinación, entereza y madurez nos predispone a profundizar mejor en la Palabra de Dios y a sentir la inefable libertad fruto de su mensaje. Solo en la renuncia nuestra alma puede crecer y unirse a la de nuestros hermanos, incluso cuando se encuentran corporalmente muy lejos de nosotros.

Se demuestra que el ayuno beneficia las constantes vitales, como la respiración y la circulación, tonifica y revitaliza todos los sistemas del cuerpo, combate las acumulaciones patológicas y desequilibrios. Mejora la claridad del pensamiento y el fortalecimiento de la mente. Esto es una bienvenida a la salud reveladora y sorprendente, un regalo que Dios ha puesto en nuestras manos. En el ayuno nos preparamos para salir de nosotros mismos, abandonar nuestros deseos, odios y miedos y existir más allá de nuestros cálculos y obsesiones.

Se dice que practicar el ayuno no nos pone por delante de nadie; sin embargo, nos transmite la inquietud de fijarnos en la necesidad y el dolor ajenos. Cuando nos acostumbramos a ayunar, el cuerpo rompe muchas ataduras ficticias que no dejamos de crear en un mundo codicioso y frenético; poco a poco vamos comprendiendo que la supremacía de Dios supera y trasciende la cadena de planes, conflictos y preocupaciones del ser humano.

Concluyo citando otro extracto de la Parroquia del Santísimo Redentor: "Se trata de buscar el equilibrio en mi vida entre lo que soy y lo que tengo, entre el valor supremo y los valores intermedios, que en ocasiones ocupan mi cuerpo y mi corazón. Hay que abandonar aquello que controla mi vida para ponerlo a disposición de Dios".

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