Análisis

NArciso rojas

Los apóstatas y la vieja y poderosa Inglaterra

El rugby es un deporte de contacto en el que para ganar la primera piedra que hay que poner es la agresividad (no confundir con violencia, por favor). El pasado sábado la poderosa Irlanda y la depauperada Inglaterra se enfrentaron en Dublín en un partido en el que los de Eddy Jones sacaron su libro de estilo del fondo del placar del cuarto de invitados, le quitaron el polvo con dos soplidos y lo pusieron sobre la patena del Aviva Stadium. Contactos duros de los carriers; cada placaje de los de verde un sufrimiento; y una defensa altísima que obligaba a Irlanda a jugar muy afuera. Los destellos de Owen Farrell y las entradas de Tuilagi con sus escoltas siempre cerca hacían el resto. Señuelo, entrada en velocidad, colisión de alta tensión y back-rowers siempre cerca para limpiar y volver a empezar. En ambas facetas del juego Inglaterra orbitó sobre ese viejo libro de estilo. En defensa no permitió en ningún instante que Irlanda alcanzase el impulso necesario para imponer su endiablada velocidad. Los de Schmidt sufrieron de lo lindo es casa.

Las subidas defensivas de Youngs y May por los flancos obligaban a puntos de encuentro muy adentro, donde dos placadores y los pescadores de Inglaterra esperaban. Dirigían a los carriers irlandeses a donde querían.

La victoria inglesa deja dos certezas. Primero: incluso en año de Mundial nadie quiere perder en el Seis Naciones, el rugby es un deporte que no permite jugar a medio gas, es su naturaleza. Segundo: Inglaterra siempre hace noche en el campamento base dispuesta al asalto de la cumbre. Ha elegido un nuevo camino que se basa en los fundamentos de este deporte. Cada metro es una batalla, y la agresividad a ambos lados de la línea de ventaja es irrenunciable. Una pesadilla.

Me consta que entre los veteranos del Tartessos, después de cantar hombro con hombro el Ireland's call frente a la tele del veterinario, hubieron apostasías varias al finalizar el partido. No os preocupéis, en el clan de la rosa os acogemos como ovejas descarriadas. Arrepentíos y abrazad la fe verdadera, hijos míos. Venid y arrodillaos.

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