Análisis

Dolores Lazo López

Académica de Número de la Academia Iberoamericana de La Rábida

El amor en tiempos del Covid-19

Desde mi rincón veo el cielo, hoy con nubes, y la radio dice que las lluvias de esta primavera han sido generosas, paliando la terrible sequía que hasta hace dos meses tanto nos preocupaba. Y en este retiro, en esta época de introspección e inevitable reflexión, la lectura habrá sido la compañera insustituible de muchos de nosotros. Buscando qué leer, recurro a la inagotable biblioteca paterna, que tantas satisfacciones y sorpresas nos da a los próximos. Y escojo a un autor para mí inédito, aunque siempre con ganas de “hincarle el diente”: Somerset Maugham y el título El velo pintado. Curioso ejemplar de la Editorial Lara, editado en el año 1944. Curioso digo por tratarse de la primerísima etapa de la precursora de la Editorial Planeta, también por incluir delicadas ilustraciones a plumilla entre el texto, y además por encontrar una impresión ruda, con manifiestos fallos en algunos de los tipos, defecto que sin embargo le otorga un innegable encanto a la publicación.

El argumento, un clásico: el adulterio de una mujer joven, egoísta, guapa, superficial. El lugar donde se desarrolla, la China de principios de siglo XX, en medio de una epidemia de cólera. El esposo, hombre de carácter grave pero enamorado. El amante, guapo, masculino, triunfador y cobarde.

Y la sutil venganza del marido, médico, será introducirla en el meollo de la desgracia, de la miseria y de la epidemia.

En esta situación de destierro y distanciamiento de vanidades y distracciones, la joven casquivana se encuentra de bruces con el dantesco espectáculo de enfermedad, de muerte, de miseria, pero también de actos heroicos, de generosidad, de amor. Un momento de descubrimiento, en suma. Descubrimiento del hombre con el que comparte la vida, que se desvela tierno y humano; descubrimiento de la actuación de unas religiosas católicas entregadas a cuidar a los más débiles de la sociedad, en aquella situación diezmados por la epidemia de cólera.

El contexto resulta propicio para algunas comparaciones, salvando las lógicas distancias, y entre ellas quiero centrarme en su encuentro con las religiosas. Esto me da pie para hablar de “mi” descubrimiento. Tuvo lugar hace poco más de un año, y se reafirma en las terribles circunstancias actuales. Buscando residencia de mayores para una familiar muy querida, llego a la que tienen en Huelva las Hermanitas de la Cruz. Toco el timbre a las cuatro de la tarde, me abre la puerta una mujer joven con hábito, de tez blanquísima, cara bella y delicada. Le corren lágrimas por las mejillas, y me dice escurridiza, como avergonzada, “no es aún la hora, vuelva dentro de unos minutos”.

A la vuelta, con actitud recompuesta, se disculpa: “hay una señora enferma, esperábamos la ambulancia cuando usted llamó…”.

Reconozco que esa primera imagen me impresionó; me pareció ver en ella una pena auténtica, un dolor humano por alguien ajeno, por un prójimo por lo general olvidado y transparente como son nuestros mayores.

A lo largo de este año, en las sucesivas visitas al lugar, estas mujeres han ido creciendo ante mis ojos. Es reconfortante apreciar la personalización de su trato con cada residente, la complicidad con ellas, y cómo se las arreglan para transmitirles una actitud de orgullo y dignidad en su situación y en esa etapa de la vida tan poco valorada. Solo he podido ver en estas mujeres entregadas sonrisas abiertas, trabajo incansable, paciencia, dedicación y alegría. En las mayores y en las jóvenes. Navidades, Rocío, fiestas diversas, tienen su pequeña sede en el centro con participación directa de las residentes, con bromas y risas, supliendo las posibles deficiencias del local con la ilusión innegable de las religiosas. Alguien que ha visitado por su profesión de médico muchas instalaciones de este tipo, me decía: son maravillosas, entrega, entrega y más entrega a las ancianas. Las mejores para cuidar a Manuela.

Las circunstancias actuales las han obligado a prescindir de la ayuda externa de que disponían, - supongo que también a reducir el tiempo de oración que tanto valoran y tanto alimento les proporciona-, ya que además de atender a las ancianas residentes han de realizar las competencias de monitoras, personal de limpieza, horarios de gimnasia, manualidades…

Yo, como Kitty, la protagonista del libro, admiro y me pregunto qué fuerza es la que las impulsa. Y quizás tenga la respuesta en el mismo libro: “la única cosa que vale es el amor al deber; cuando el amor y el deber se fundan en uno, la paz reinará en su espíritu y gozará de una felicidad superior a todo lo imaginable”.

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