El balance de la temporada tras la toma de impulso del Recreativo debería dejar la acción y el efecto de la reflexión en sus estamentos por el arrastre de los acontecimientos negativos sucesivos de la clausura, que disminuyeron la estimación y la contundencia de las ideas que se conciben y su manera de entenderlas. Todo era evitable y no transportable hacia el caos. Una estrategia mal concebida de desgaste que ha engullido a todos desde al afligido Alberto Gallego, pasando por el dictamen ejecutivo del consejo por la dinámica de la evolución voraz del asunto, y hasta la declaración forzada y controlada de la plantilla para liberar cargas.

Un vestuario es refugio y ninguno está libre de roces, pero la falta de madurez, pese a la carga de años del mismo, quebró la presunta unión. La realidad de las cosas altera y confunde entre la capacidad o perspicacia para entender la tolerancia ofuscada la razón de las partes. Ni una entidad con propósito de enmienda como el Decano en su rehabilitación en todos sus apartados, ni la entregada afición merecían la infeliz encrucijada final.

Durante mi trayectoria de 43 años en la profesión he convivido con técnicos de prestigio y plantillas difíciles, de gente de vuelta y de experiencia para provocar acciones de toda índole, pero nunca arrebatos en el centro de trabajo y desahogos al límite de lo permitido que dañen la imagen de la entidad, siempre prevaleció el acto de discurrir el entedimiento. Mi arranque en el desaparecido Diario Odiel, final de la temporada 1979-80 tras el descenso de Primera, y con Marcel Domingo en el banquillo fue de vivir para ver y te vas curtiendo de joven; luego Roque Olsen, y así etapas entre riesgos y amenazas. El Decano es un club donde todo tiene relevancia. Y con el máximo respeto, el buen juicio, la prudencia y la sensatez se han echado de menos en tiempo y forma en un escaparate de implicaciones y contradicciones.