Aunque siempre nos creamos lo peor del mundo mundial, la frase "es difícil ser profeta en la propia tierra" no se acuñó por alguien de Isla Chica ni de Pérez Cubillas, no, así que no hay que fustigarse más de lo normal. No es nada complicado ver cómo aficionados de la gran mayoría de clubes de España se lamentan porque paisanos suyos triunfan en otros equipos pese a haber sido estos amamantados, educados y formados en sus lugares de origen. Que sí, que eso pasa en todos lados, que no somos unos bichos raros.

Eso no quiere decir que aquí no pequemos, en muchas ocasiones, de ser más cegatos y más exigentes con los de casa de lo estrictamente recomendable. En la inolvidable y ridícula etapa gildoyniana el rechazo a los de la familia fue enfermizo, algo demostrable e innegable, y eso ha provocado que, como otras tantas veces gracias a otras tantas gestiones torpes e inútiles, los canteranos se fueran sin dejarnos absolutamente nada -o muy poco- en caja, que es lo peor de todo, mucho peor que la propia fuga en sí. Las circunstancias de los últimos años nos han impedido, ni siquiera, poder ofrecer algo medio decente para intentar retener a aquellos que, lógica y legítimamente, aspiraban a ganar más y a jugar más y que aquí habían despuntado. Se supone que eso deberá cambiar, de una santa vez, cuando la normalidad llegue al Decano; sí, algún día ésta llegará, y espero, sinceramente, que sea antes de que mis hijos tengan nietos.

Se fue Antonio Domínguez porque quería más protagonismo (repito, lo más lógico del mundo) y también se fue gratis tal y como se fueron Naranjo, Villar, Fidel, José Alonso, Aitor García... y un larguísimo etcétera. Esperemos que la apuesta por Víctor Barroso nos sea rentable en lo deportivo (buena pinta tiene el chaval, desde luego) y en lo económico cuando se dé la circunstancia y tenga que hacer las maletas. No podemos caer en el mismo error -y que valga también esto para los entrenadores locales- esté al mando de la gestión del Decano Eurosamop o esté Rita La Cantaora. De lo contrario sí que nos mereceremos el infierno… o escuchar en bucle un discurso íntegro de esa cosa llamada Rufián, que es lo más parecido al Averno en la tierra. A ponerse las pilas, que la casa lo merece.

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