Rusia buscará desesperadamente devolver el golpe a Europa por la decisión de topar en 60 dólares al precio de su barril de petróleo transportado en buques. Su aparato de propaganda exagerará hasta la incongruencia los perjuicios de la medida para los sancionadores y minimizará los efectos inmediatos sobre sus intereses económicos, pero es consciente de que a la larga las consecuencias serán importantes. Primero, porque la iniciativa ha conseguido unir de forma inmediata al conjunto del G7, es decir, también Estados Unidos, Canadá y Japón, además de Australia. La segunda, porque los grandes operadores marítimos, especialmente chinos, coreanos y asiáticos en general, tendrán que ajustar sus planes por los inconvenientes que les supondrá trabajar para los rusos. La tercera, porque la estrategia rusa de buscar compradores alternativos se ha basado hasta ahora en ofertas muy agresivas (entre 49 y 55 dólares el barril de Brent, dependiendo del punto de carga, a principios de diciembre, frente a los 88 dólares del Brent de referencia) que probablemente tendrá que mantener más de lo razonable e incluso llevarlas a mercados menos atractivos.

El gran problema de Rusia, como el de otras economías muy dependientes del petróleo, es que cualquier perturbación en este mercado se traduce, salvo en los países del Golfo, en foco de acusada inestabilidad interna. Si además ha de proveerse en el exterior de una variada gama de productos estratégicos, como los de alto contenido tecnológico, entonces todas sus estructuras se manifiestan peligrosamente frágiles ante cualquier brote de inestabilidad internacional. En Rusia saben de esta debilidad y que, incluso sin guerras, su moneda suele ser de las primeras en acusar el ataque de los especuladores cuando cambian las condiciones monetarias. Todavía está fresca la memoria de 2014, cuando la Reserva Federal anunciaba el próximo inicio de la retirada de los estímulos monetarios en Estados Unidos. El rublo fue una de las monedas más golpeadas por la reacción, aunque Rusia pudo encajarlo con entereza utilizando el cuantioso volumen de reservas de divisas acumulado, procedente de sus exportaciones de materias primas.

Ahora las cosas son diferentes porque no se trata de reaccionar ante una simple convulsión externa, sino ante toda una batería de sanciones concebidas específicamente para perjudicarles y porque el colchón de las reservas de divisas no es el de hace ocho años. Rusia lo está pasando mal y lo pasará peor, aunque es cierto que también lo acusaremos los europeos a corto plazo, si bien la sensación de liberación progresiva de tan opresiva dependencia ayudará, sin duda, a sobrellevarlo.

La reacción de la OPEP será clave en el impacto de la medida. De momento mantiene sus planes de producción, marcados por el enfriamiento de la economía global y la incertidumbre sobre China. Desactivada la tensión sobre el precio del crudo al inicio de la guerra de Ucrania, las únicas certezas por el momento son que se avecinan tiempos de inestabilidad en el mercado, aunque se espera que el precio se mantenga en el entorno de los 80 dólares el barril durante algún tiempo, excepto para el petróleo de origen ruso.

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