En la historia universal se han vivido todo tipo de persecuciones hacia los cristianos, donde millones han sido asesinados por su fe en pleno siglos XX y XXI. Los acosos, de cualquier tipo, son deplorables, y últimamente estamos expuestos a continuos hostigamientos de tipo religioso, y también a la caza y derribo de los cofrades en general. Es un sentimiento de hostilidad hacia el cristianismo, una corriente llamada cristianofobia, término utilizado por primera vez por el judío Joseph Weiler, que significa miedo irracional, una forma de discriminación hacia el cristiano y sus prácticas, que atenta contra el Derecho Universal del reconocimiento a la libertad, en este caso la religiosa. Esto lleva a la profanación de nuestra fe, a la eliminación de símbolos cristianos, como es la propia Cruz, pintadas ofensivas, caricaturas de nuestras devociones, o incluso a la desaparición o invención de personajes en los mismos Belenes, ideando, en un sin sentido, las mal llamadas procesiones irracionales de objetos no deseados. Movimientos cada vez más radicales, un laicismo absurdo, irrespetuoso y ofensivo hacia nuestras creencias. Tolerancia y respeto cero.

Y, ante todo esto, cuál es el papel del cofrade, qué respuesta podemos dar. Pues, también a nosotros se nos tacha de una falta de fe, de una desacralización, donde todo se pone en duda, de tratar nuestras convicciones con cierta relatividad. Y nos señalan y nos critican, y nos llaman rancios por escuchar marchas en pleno agosto, oler a incienso todo el año, de no cansarnos de ver pasos en las redes sociales, de fijarnos en cada detalle de un altar de cultos, y nos llaman rancios, por amar nuestras tradiciones y costumbres, pero que bien suena el campaneo, de una Iglesia anunciando los toques. Y estamos hartos de escuchar "ante Dios no cabe el postureo". Claro que no, pero déjennos trabajar. Dentro de las limitaciones, de las medidas sanitarias de seguridad, de llevar nuestras mascarillas rigurosamente, de no dejar el gel hidroalcohólico en cada momento, de no sobrepasar el aforo, podemos seguir poniendo en práctica nuestras creencias, acercarnos a nuestros titulares, manifestarnos mediante el culto interno, aunque no tengamos desfiles procesionales.

Y, si Dios quiere, los templos y capillas estarán abiertos para postrarnos a los pies de Jesús y María, para llegar llenos, mediante la contemplación y la intimidad, a la Pascua de Resurrección. Los cofrades no debemos quedarnos con las manos cruzadas. No se entiende el suspender cultos o actos, podemos seguir trabajando, continuar teniendo proyectos e ideas, sin dejar de profesar nuestra fe. Es la hora de poner luz en nuestra vida, de quitarnos esa coraza que, a veces, se nos cuelga. Y serán muchos los que hablarán, criticarán, y será un trabajo arduo, que no podemos obviar.

Tendremos que saber estar y disfrutar de cada momento, de cada culto, de cada función principal, de cada canto, de cada acto, de cada presentación, de lo que nos dejen, respetando las medidas. Redescubrir la sencillez, acabar con esos miedos que nos paralizan, vencerlos, con confianza y dejarse sorprender. Y como decía Santa Ángela de la Cruz "en lo difícil está la cuestión, trabajar mucho, con la misma dulzura".

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