Siempre se ha dicho que en esta vida el ser agradecidos es de bien nacidos, y quien suscribe estas líneas intenta ser una persona bien nacida, por lo que abusando de la posibilidad que se me brinda en este medio, antes que nada, quiero dar las gracias a todos los que tras el fallecimiento de mi padre, Alfonso C. Ortega Vizcaya, nos habéis hecho llegar palabras de ánimo y de consuelo, por uno u otro medio. Seguro que él se sentirá conmovido desde ese mundo celestial. Del mismo modo, quiero agradecer las palabras que en redes sociales se dijeron sobre él, especialmente las escritas por parte de nuestra Hermandad del Santo Entierro, en su obituario y por la tuna de Empresariales de Huelva. Del mismo modo, expresar mi gratitud a don Emilio Rodríguez Claudio, por su atención inmediata y cercanía. Agradecer, a este diario, Huelva Información por las palabras que se dedicaron a mi padre en su obituario y en esta página del Pórtico de Semana Santa. Y como no, a Eduardo J. Sugrañes Gómez, a quien me permito apear el tratamiento, y, sin quien, esas palabras, en este diario, no hubieran sido las mismas. Amén de su atención a mi requerimiento, para intervenir en la celebración en memoria de mi padre, el pasado viernes en la ermita de la Soledad. Eduardo ha hablado de mi padre con cariño, pero a la vez, lo ha hecho como periodista, reviviendo contextualmente lo que pasaba en aquellos otros tiempos. Eduardo y sus archivos han recopilado la historia de nuestras hermandades, y de aquellos que las rodeaban, durante 39 años… desde sus inicios; más lo que ha conseguido compilar de tiempos anteriores. Gracias a él, mi hermano Alfonso C. y yo hemos vuelto a la niñez. Aquella que en parte, estuvo marcada por tantos momentos de hermandad y cofrades. Momentos que vivimos, según cual era la realidad de mi padre en esto de las hermandades de penitencia.

¡Cuántos de vosotros tenéis en vuestras mochilas recuerdos parecidos a los nuestros! Recordad y revivid vuestra infancia en aquella época, en la que todo nos parecía fácil, aunque, en realidad, no lo fuera. Aquellos, nuestros mayores, los que hoy creemos pasados, y a los que a veces se tira, argumentando que no sabían, con una u otra labor, se afanaban en una época difícil y confusa, a fin de dar vida a nuestras hermandades. ¡Cuántos son los nombres que tenemos que recordar!

En la actualidad, existen quienes piensan que ahora es "cuando se conoce… cuando la perfección se está alcanzando en liturgia, bordados, enseres, etc…" y se infravalora lo anterior. Y, a lo mejor, es verdad, pero igual, hay que pensar que en aquellos momentos las necesidades y, sobre todo, los medios, eran otros. Y quizás, hay que encontrar la semilla de estos momentos en aquellos. Siempre hay que mirar atrás; como, seguro que ellos lo hicieron con quienes les precedieron y estos con los que les antecedieron, etc; aprender de los fallos y celebrar los aciertos, pero siempre respetando y sin minusvalorar aquello que los que nos preexistieron hicieron.

A veces, se recuerda poco. Recordad y aprovechad la sapiencia de los que tendríamos que ver como maestros… los que siguen entre nosotros y aquellos que ya partieron.

¡Besos al cielo, papá!

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