Análisis

Tacho Rufino

La Seat cierra, ¿por un día?

La planta de Martorell deja de fabricar 3.500 vehículos, y daña al empleo y al futuro económicoLa irracionalidad de Torra daña seriamente a la gente de a pie, a todo el país

En estos días, infaustos, en los que hemos asistido a circunstancias que serán históricas, se nos ha puesto de frente la capacidad de la política -de su propaganda corrosiva, en este caso- para disturbar el curso normal de la economía, o sea, del natural discurrir de las relaciones entre las personas que trabajan y crean cosas, del trabajo de la gente, de sus salarios y de la prosperidad del país. Ayer, viernes, la empresa Seat, multinacional de origen español y de actual propiedad alemana, decidió cesar en sus actividades ante la irracional revuelta orquestada desde el corazón político de Cataluña tras la más que predecible sentencia del Supremo por la brutal -ilegal- declaración de independencia por parte de un Gobierno autonómico que huyó hacia adelante ante la corrupción de un entramado urdido durante años alrededor de Jordi Pujol y con inequívoca base fiscal; es decir, con objetivo de romper con el principio de que los más ricos pagan más por eso, por el hecho de ser quienes mejor parte llevan en el sistema deben contribuir más que proporcionalmente al sostenimiento del Estado. La Seat cerró un día. Quién sabe cuántos más. Quién sabe con qué consecuencias. Ninguna buena.

Si hay algo en esta vida objetivo es el miedo de los dineros. La compañía automovilística aduce para su parón productivo que sus trabajadores tendrían problemas de acceso a los centros de trabajo, como los tendrían los suministros de sus plantas. De cajón. En términos jurídicos, el daño emergente es claro: la industria del automóvil es uno de los principales activos de la economía de España y, en particular, de Cataluña; de Martorell en concreto, como centro productivo. Un día -a ver cuántos días- de cierre en un esquema productivo de 24 horas sobre 24 es una patada en la boca en su cuenta de explotación. El lucro cesante es mucho más grave, y no sólo para Cataluña. Es un daño gratuito, un daño evitable (hablamos de racionalidad económica, no de derechos identitarios), salvo que estemos de acuerdo en que es razonable que el derecho moral de ser un país independiente de un Estado histórico sea un bien superior. Con lo cual no cabe sino estar en desacuerdo. Las guerras -permitan el término- sólo convienen a los que ostentan, o detentan, el poder. No a la gente de a pie.

Los efectos demorados y los colaterales de arreones románticos -populistas- como el Brexit o el procés son impredecibles. El curso de la historia está repleto de decisiones de sinvergüenzas. Que en casi ningún caso, si hablamos de sentimientos nacionales, son razonables. Es cosa de políticos malvados (no lo son todos, casi huelga decirlo). A Quim Torra le importa una higa el cierre de Seat. Absolutamente. Como absoluto es, de momento, su poder, y absoluto es su descrédito como gestor de un presupuesto público. Que es lo que hace un político. O debe hacer, si es decente. Cuando el destino de una patria -una patria violada por el afán político y la propaganda- se sobrepone al interés de la gente de a pie, el desastre está servido. En forma de pobreza. 3.500 vehículos diarios que se dejan de fabricar en Martorell, por ejemplo. La irresponsabilidad, y cabe decir, la poca vergüenza, de los visionarios que juegan con el devenir de las familias son un cáncer social. Todo por la patria.

Mientras, en algún lugar de Cataluña, la huelga general hace excepciones: los bares y restaurantes estaban eximidos de cerrar ayer. Habrá que comer mientras se reivindica. Pero, igual que el agua busca siempre su salida, un estanquero pensó -empresario- en vender bocadillos. Los trabajadores de la Seat y sus miles de salarios, se quedan en casa. ¿Cuál es el saldo de esta historia? ¿Cuánto nos va costar esto, no sólo a Cataluña?

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