Análisis

rogelio rodríguez

Sánchez busca escapatoria

Pase lo que pase mañana, continuará el desguace de la España de la Transición

El régimen de 1978 sufrirá mañana un nuevo y duro golpe en las urnas de Cataluña. Es la única certeza que arrojan los sondeos. Y la mayor gravedad, aunque sea extrema, no reside en la presumible victoria de los partidos soberanistas, a los que distintos gobiernos de la nación han amamantado durante años, sino en la gradual autodestrucción del constitucionalismo y en la deriva del sistema democrático desde que Pedro Sánchez ocupa el poder, en comandita con el populismo de izquierdas que representa Podemos y el chantajista apoyo de los grupos separatistas. Ni aún en el frágil supuesto de que el PSC ganara los comicios, en todo caso con un triunfo tan insuficiente como el que obtuvo Ciudadanos en 2017, el cisma catalán, en particular, y el de España, en general, tendrían visos de solución en el marco de la Carta Magna, el único admisible.

Resulta ocioso gastar tinta en elucubrar sobre las componendas políticas que pudieran darse tras el recuento de votos. Si los secesionistas a izquierda y derecha suman mayoría, como parece, aparcarán sus profundas diferencias y la Generalitat será tomada de nuevo por un Gobierno cuyo gran objetivo inmediato -declarado por sus dirigentes- será volver a proclamar la independencia. El desafío es tan estentóreo, tan humillante para el Ejecutivo de Pedro Sánchez, que hasta sus aliados en las Cortes se han juramentado contra el PSC que encabeza el lamentable ex ministro Salvador Illa. Y también Illa promete que no pactará con ERC, pero su racimo de palabras es tan fiable como el de su jefe de filas cuando prometió no encamarse nunca con Podemos. La manija no la tiene el degradado PSOE, la tiene ERC, y si ERC pierde frente a los de Puigdemont, enemigo de ambos, los republicanos de Junqueras entrarán en convulsión y habrán de replantearse la amistad con su benefactor inquilino de La Moncloa.

Pase lo que pase, continuará el desguace de la España de la Transición, que se trasluce en el asentamiento soberanista en las instituciones y, sobre todo, en la tela de araña de decretos y proyectos de ley, a espaldas del Parlamento y de los órganos consultivos, que afectan al tuétano constitucional. Pero la demolición es tan abrumadora, tan punible, que también amenaza con sepultar a Pedro Sánchez, menesteres en los que trafica a tiempo completo su infame vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, al que algunos auguran pocos días más de estancia en el Gobierno. Y es probable. Salvo complot delirante, Sánchez tratará de rentabilizar el acoso. Escapará por alguna de las alcantarillas que horada su gurú Iván Redondo e, incluso, si fuera preciso, zanjará la legislatura y se travestirá en 'salvapatrias'. Le favorece el aventurado derrumbe de Podemos y la fase en quiebra de una oposición, cuyo principal líder, Pablo Casado, ha desvelado el ya sospechoso contenido de su caparazón político al censurar en la televisión catalana la ponderable actuación de la Policía y la Guardia Civil durante la celebración ilegal del referéndum de autodeterminación. Con estos mimbres no hay país que supere ni un simple resfriado.

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