Pedro Sánchez se ha saltado todos los pasos previos que marca la Constitución para designar un candidato a la Presidencia del Gobierno. El texto recoge que una vez constituidas las Cortes, el Rey llamará a consultas a los representantes de los grupos parlamentarios y, tras escucharlos, propondrá un candidato. Una vez finalizadas las negociaciones del candidato con otros partidos , la Presidencia del Congreso convocará la sesión de investidura.

Sánchez, en su soberbia infinita que le hace pensar que nadie tiene que decirle lo que debe hacer aunque sea la propia Constitución la que lo marque, actúa como candidato desde la misma noche electoral, cuando llamó a Pablo Iglesias y no respondió a la llamada de Pablo Casado. Ha negociado con Podemos todo y de todo, incluidos los ministros que incorporará al Gobierno y en qué carteras, y a través de sus colaboradores ha iniciado conversaciones con ERC. Un partido que se sitúa fuera de la Constitución y que entre otras propuestas defiende la abolición de la Monarquía, que es además el primer punto que los dirigentes de ERC han adelantado sobre lo pretenden llevar a sus conversaciones con los socialistas.

Muy ejemplar el comportamiento del presidente en funciones, que ni siquiera tuvo la deferencia con el Rey de esperar a que llegara a Cuba en visita de Estado para anunciar que había llegado con Iglesias a un acuerdo de Gobierno de coalición.

Hace tiempo que Sánchez se ha convertido en un personaje inquietante, que pone en riesgo la necesaria estabilidad política y social española por su empeño en gobernar aunque las urnas no le conceden los votos necesarios para hacerlo solo o en compañía de otros que respeten la Constitución.

Lo que le faltaba era que, además de acudir a quienes están al margen de la Constitución, o casi al margen, su respeto al Jefe de Estado brille por su ausencia

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