C ON cada bote el balón salía hacia un sitio u otro de manera aleatoria. Nunca habían visto uno con aquella forma en el terreno de juego del Velódromo. Tampoco habían visto un tackle tan brutal como el que recibió el que lo cogió por primera vez con las manos. Corría el año 1906 y Huelva conocía al Rugby. ¿Quién sabe? Quizás los de Tommy Smyth o Arthur Boxer' Harding hicieron una de sus escalas en el Seaman's Institute camino de Sudáfrica o Nueva Zelanda.

Fue fugaz. Sólo cinco años de partidos organizados por el club Recreativo en su estadio. El rugby no volvería hasta cuatro décadas después, cuando se organizó aquí la final del campeonato de Andalucía.

El Recre también fue ovalado. Tantos años de historia dan para mucho. El club fue la pista de aterrizaje que sirvió para que llegase a Huelva la colección de valores que se escondían en el código esférico y que se escondían, y aún se esconden, en el oval. El Velódromo pasó a manos de la ciudad y con él desaparecieron los ecos de aquellos primeros botes confusos. El rugby necesitaba de una nueva energía de activación y esta no llegó hasta principios de los 80 con el Atalaya. El oval volvía a botar en Huelva sobre un campo de tierra. Cuando el Tartessos juega en casa hoy en día y los veteranos se reúnen en la grada siempre salen en las conversaciones los partidos de rugby sobre la tierra de la Ciudad deportiva.

El rugby lo ha tenido y lo tiene difícil para echar raíces en nuestra ciudad. El Recre sirvió para que lo viesen por primera vez por aquí y para que se jugase una final en Huelva; los universitarios del Atalaya lo rescataron a base de magulladuras contra el suelo; el Tartessos le ha dado y le está dando continuidad; el Unión, solo con su existencia, lo hace crecer.

Un deporte que debe mucho a muchos y que puede tener futuro en esta ciudad que, por fin, se ha convertido en el hogar de muchos estudiantes gracias a su universidad.

El rugby es rugby a orillas del Tinto y del Odiel. Que siga.