Análisis

Ignacio Caraballo

Presidente de la Diputación

Reflexiones para una nueva Iglesia

Hace varios domingos, me encontré con esta noticia que me llenó de alegría: Roma se reconcilia con Ernesto Cardenal. Recordé, cuando estudiando Bachiller Superior en un colegio de curas, asistí a una charla con dos jóvenes sacerdotes. Nos esperaban en el pasillo, donde uno se mantuvo vigilante, Biblia en mano, mientras el otro comenzó el relato dentro de una clase, a puerta cerrada, sobre la situación de extrema pobreza y explotación que habían conocido en Latinoamérica. Apelaba a nuestro compromiso para transformar desde la distancia aquella realidad, con el apoyo a la nueva Iglesia que allí surgía.

La Teología de la Liberación era el asidero. Un movimiento “de compromiso y trabajo, de horror ante la pobreza y la injusticia”, que consideraba a los pobres como víctimas de una estructura de poder basada en el abuso y la explotación. Nos hablaba del cura Gustavo Gutiérrez, tachado de marxista entre sus compañeros por su defensa de la justicia social; de Helder Cámara que decía: “debo, siguiendo el ejemplo de Cristo, observar un amor especial por los pobres, porque la envilecedora y escandalosa miseria dará la imagen de Dios que hay en cada hombre”; de Ernesto Cardenal, un cura revolucionario y poeta.

De aquellos encuentros clandestinos surgieron curas obreros y personas jóvenes implicadas con la justicia y la igualdad. Unas recorrieron barrios desfavorecidos de Andalucía y otros nos adentramos en la política con el afán de mejorar el mundo a través, entre otras iniciativas, de la cooperación internacional al desarrollo.

Entendimos que existen pueblos que necesitan de nuestro compromiso, no solo para lograr niveles dignos de desarrollo humano sino, incluso, para sobrevivir.

El 4 de marzo de 1983, Juan Pablo II increpó públicamente a Ernesto Cardenal, mientras el sacerdote revolucionario se mantenía humildemente de rodillas. Fue un Papa que nunca entendió la lucha de los pobres en aquella sociedad oprimida.

Ahora, por fin, el Papa Francisco, más dialogante, más implicado con la justicia y con la paz, ha reconocido el trabajo de aquel sacerdote que luchó en un contexto tan violento por los desfavorecidos.

Espero que el gesto del obispo Silvio Báez, también arrodillado ante el convaleciente Ernesto Cardenal pidiendo su bendición, no sea sólo el reconocimiento a un luchador por los pobres, sino la demostración de que la Iglesia, por fin, se posiciona de parte de los que más sufren. Porque “Jesucristo se identificó con los pobres” y dijo que “quien se relaciona con el pobre, con Él mismo se trata”.

Tuve la suerte de recibir a Cardenal, con cuyo proyecto de pescadores y artistas en Solentiname colaboramos desde la Diputación de Huelva, como con otros tantos a lo largo de 19 países.

Me invitó a visitar aquella tierra y, aunque por distintos motivos nunca he podido acercarme, prometo ahora ir a Solentiname para conocer su obra de primera mano y para homenajear a un hombre que ha dado su vida por los más necesitados desde su compromiso personal.

Quiero dar las gracias a Jorge Bergoglio por su gesto de perdón pero también pedir que la Iglesia dé otro paso hacia el reconocimiento de errores cometidos en su seno en aspectos como la igualdad de género o los abusos sexuales. Asimismo, agradezco a Silvio Báez su humildad, pues gracias a actitudes como la suya, quienes asistimos a aquellas pláticas de experiencias revolucionarias, volvemos a tener esperanza en esta Iglesia que hace tiempo se descarrió de su camino.

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