La precariedad al servicio del Decano: líder en antigüedad, líder en deudas y en descenso por segunda vez en la temporada. La crisis económico-deportiva supone el hándicap del más difícil todavía. Cada recreativista valora la situación global de una manera especial o subjetiva, según su nivel de pasión y sentimiento por el hábitat tan complejo de supervivencia de la entidad, pero siempre es conveniente realizar un análisis frío de lo que vemos. Todos buscamos y deseamos un objetivo integrador, pero el presente nos conduce a ser realistas cuando se atisba otro final de año con respiración asistida, impagos y denuncias a la AFE. Igual que hace un año, que el anterior...

Y sucede que a las dificultades de una empresa en quiebra (pasivo exigible superior a sus activos y en situación de insolvencia generalizada) se une el perjuicio de una gestión de futuro sometida a un ritmo apresurado de captación del milagro de un presunto salvador. Sólo queda la esperanza del trabajo con resultados en el terreno aceptando las limitaciones en este sentido. Y no es que haya que espabilar, sino que la urgencia ya implica ganar, ganar y volver a ganar como sea y ante el rival que toque para evitar un apagón peligroso.

El Recreativo necesita echar el freno en su cuesta abajo para no caer en la fosa. Esto no es lo que parece, es que puede ser peor. La tecla del equipo sigue atascada con bloqueo emocional-deportivo. Tras el desalojo de Comas todos soñaron que sus cartillas tendrían saldos cuanto antes y ahora con deseo vehemente se aferran a una dosis de optimismo. El equipo tiene que hablar en un campo pleno de peligros, donde todavía se anhela el efecto Pavón entre decepciones y lamentaciones (4 puntos de 12 en juego). Hay que dignificar esta lucha por la salvación de un equipo en plena decadencia, que cada jornada se enfrenta al partido del orgullo para espantar al pesimismo.