Miguel Ángel Valero tenía desparpajo de sobra cuando se asomó por el casting para una serie de TVE allá por los finales de los 70. Llevaba escrito en su orondo ombliguito dar vida a uno de los personajes más recordados de la historia catódica española, siglos antes de internet, las redes y los muñecos de las plataformas. Mercero trazó, pese a las censuras, un cuadro aceptablemente realista de la España de la transición. Al Piraña le correspondía la flema ibérica, glotona y sanchista (del Quijote), pragmático en su estado infantil, castizo en estado larvario.

Tras una etapa de niño prodigio junto a su compadrito Miguel Joven, Tito, el brillante estudiante dejó un día de aparecer por La bola de cristal para dedicarse a ser adulto como ingeniero de telecomunicaciones. Fue profesor en la Universidad Politécnica de Madrid, gerente del Imserso y este miércoles se convertía en noticia como fichaje del alcalde madrileño para ampliar el carril bici en la villa centralista, donde Andalucía ha dejado de ser algo.

Valero nos dejó en herencia su estampa de Pi y sobrelleva con ese humor inteligente del que hizo gala el que le recuerden todos los días su experiencia en Verano Azul. El eficaz técnico cambió los libros por los focos y escapó del destino de los niños prodigio. Niños que al menos hasta una generación atrás terminaban en la cuneta cuando daban el estirón. La premiada Pepa Flores podría darnos una larga charla de lo que supone perder la infancia en los escenarios. En estos tiempos de influencers inflamables parece pensarse más en el futuro de los pequeños profesionales (que no "prodigios") y como ejemplo están los que se criaron en Cuéntame, realidades como Ricardo Gómez o Elena Rivera.

Los niños envejecen mal cuando no se forman. Valero dejó en una cápsula del pasado su entrañable veraneante comilón. Después contemplas en Tu cara me suena a los Gemeliers y a María Isabel y nos podemos imaginar lo duro que es transitar de la fama infantil a hacerse un hueco digno en el mañana.

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