Desde hace meses he tenido varias conversaciones con amigos que tienen a sus cachorros jugando en distintos clubes y escuelas de fútbol. Todos se quejaban del ambiente que reina en los partidos. Padres que insultan al árbitro; que discuten las decisiones del entrenador-educador; niños asustados al principio y que se acostumbran a ello a base de empirismo. Las agresiones físicas existen, pero aunque una sola sea inadmisible no podemos decir que sean muy frecuentes.

"Estoy deseando que un año me diga que no quiere seguir jugando al fútbol" me comentaba hace poco mi amigo Antonio refiriéndose a su hijo. "Me gusta mucho el fútbol, muchísimo. Pero el ambiente es insoportable". El juego no es más que una serie de normas con dos equipos que compiten bajo las mismas para tratar de conseguir la victoria. No trae valores ni alma de fábrica, como no los trae el rugby ni el baloncesto ni el atletismo. El espíritu se lo otorgan los que practican ese deporte, los que lo siguen, los padres que llevan a sus hijos. Y hay que ser claros, hay un alto porcentaje de energúmenos que están echando de los campos de fútbol a las personas que sí podrían devolverle al fútbol su atávica alma noble. La vergüenza ajena -sentimiento muy español- y la selección de los valores que sus descendientes deben aprender son los motivos que hacen que cada día la concentración de indeseables crezca en los campos de fútbol. Y no porque sean muchos, sino porque no hay forma de diluirlos.

Los clubes y escuelas deben de estar dispuestos a perder ingresos, a perder niños con talento para el juego, y a perder competiciones si de verdad desean recuperar a este deporte para la sociedad.

Las normas que hoy rigen el comportamiento de jugadores y aficionados en el mundo del rugby son también artificiales, nacieron de un acuerdo social, y todo el que entra las respeta por dos motivos: o porque la persona que entra las trae de serie, o porque tanto el jugador como el padre las aprende del resto y se adapta a lo que hay (sería expulsado del club de inmediato si no las acatase). El rugby crece lentamente, a la misma velocidad que el fútbol, desgraciadamente, se muere de éxito. Recuperen ese maravilloso deporte.

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